martes, 5 de julio de 2011

Conversaciones con mi odontólogo


Acabo de llegar del dentista, adonde fui a sacarme una muela. Y ya que no puedo cantar, ni grabar: escribo. Por cierto, mi odontólogo es rockero: toca la guitarra.
Empezó con un Marshall y una Telecaster México. Después, se compró una  Gretsch, de las grandes, de verdad, digamos. Y ahora la vendió y se compró una Gibson les Paul Custom, la negra: ahí es nada.
Siempre me pregunta por mis shows: “¿Y, Mario? ¿Cómo van esos conciertos? ¿Cuándo vas a ser tapa de la Rolling Stone…?”, me dijo hoy al recibirme. Sonreí, y le dije: “¡Pero eso no es difícil! ¡Sólo hace falta dinero!...” ¿En serio?, me dice… ¿acaso Lady Gaga o Amy Weinghouse pagan por salir en la Rolling Stone española?...” Me reí otra vez: “Ellas no, claro. Ya inviertieron bastante en ellas sus compañías discográficas. Y luego, como de acá se mira para allá, van directamente a la tapa. Pero, además –volví a insistir-, Lady Gaga en la tapa vende mucho más que Mario Ojeda o Juan Pelota, por eso las ponen… “Que mundo ese de la música, ¿no, Mario?...” me dijo.
Sonreí otra vez… “Es cruel, si. Pero, en el fondo, no es más que un gran negocio. El problema es cuando se confunden los tantos. Una cosa es la música. Otra, el negocio de la música. O el de los intermediarios, que es peor. Basta con ver lo que psa con la SGAE…”, le dije, anticipándome unos días a lo que saltó después, aunque era un secreto a voces los mal manejos y desmanejos –o manejos en beneficio de unos pocos- de una gente acostumbrada a vivir del trabajo de los demás. Pero esto, lamentablemente, ocurre en todos los ámbitos. En los que fabrican instrumentos, en los que hacen zapatillas… no deja de ser un neo capitalismo encarnizado, y pareciera no haber vuelta atrás, no al menos por el momento.
Ayer nomás, leía una pequeña columna que escribía un periodista, ahora no recuerdo el nombre, en el periódico “20 minutos”: El tipo planteaba más o menos lo mismo que vengo sosteniendo dede hace años. Hoy por hoy, cualquiera puede grabar un disco en su casa, con un buen ordenador, un par de micrófonos, y otras tantas guitarras. Ahora, quiénes deciden quiénes se escuchan y quiénes no, siguen siendo cuatro gatos. Los dueños de las discográficas, los dueños del kiosco, en suma. Ellos son quiénes disponen cuánto dinero se invierte en difusión de una Shakira, de un Juanes, de un Alejandro Sanz, de un Sabina, o quien sea.
A los clásicos, se les respeta. Algunos de ellos, todavía tienen un público fiel, que consumen sus conciertos, y a veces hasta compran algunos discos (Serrat o Luis Eduardo Aute, por nombrar a los dos primeros que me vienen a la cabeza…)
Pero, trascender, lo que se dice trascender, trascienden muy pocos. Y de esos pocos, menos son aún artistas noveles. Y la razón es muy sencilla: cuesta mucho dinero imponer comercialmente a un nuevo artista. Es mucho más cómodo (y barato y rentable), difundir a un artista ya establecido, conocido, digamos, que invertir en desarrollar un artista nuevo. ¿Conclusión? Los que siguen teniendo éxito son los mismos 20 gatos de siempre. Ocurre en España, en México, en Argentina, en todos lados. No es una cuestión de talento. Es una cuestión comercial, y punto pelota. Para un ejecutivo exitoso de una discográfica, lo que vende –discos- tiene el mismo valor que un perfume o un desodorante: es un producto. Se trata de vender la mayor cantidad posible de copias de ese producto. No les importa el hecho artístico. Nunca les importó. Es sólo que, años atrás, entre toda esa gran masa de productos discográficos que invadían el mercado, siempre había lugar para alguna perla: Los Beatles, Sinatra, Elvis o quien sea.
Ahora ya no. Con la masificación, vino el bastardeo. Ya no importa lo que se vende, ni cómo se vende. Importa, sencillamente, cuanto se vende.
El error, otra vez, es pensar, ingenuamente, que eso se puede combatir desde afuera. “Yo no entro en esa”, como dicen algunos. “Yo grabo mis discos, y luego los vendo en mis conciertos, y ya”. Y no es que esté mal. Pero así jamás vas a trascender, macho. Jamás podrás aspirar a vivir de la música.
Podrás vivir de la docencia. De enseñar a tocar la guitarra o a cantar. Ingresarás algún dinero mensual –escaso- por la venta de esos discos. Pero no mucho más. Deberás seguir trabajando en otra cosa para vivir.
Como decía una vez el viejo Lemmy, de Motorhead: “El único país del mundo donde puedes vivir realmente la historia del rocanrol, es Estados Unidos. No es Inglaterra, no es España y, definitivamente, no es la Argentina ni Latinoamérica…” Y tenía razón. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, como cantaba Serrat alguna vez.
Hace unos días, Henry Kissinger, el viejo turro, decía en una conferencia en China: “En la época de la revolución industrial, Inglaterra vendía maquinaria peasda al resto del mundo, y por eso dominaban el mercado, era los líderes del mundo. Hacia 1947, con el plan Marshall, todo el mundo le debía dinero  Estados Unidos, y eso les sirvió para convertirse en potencia dominante. Hoy por hoy, y aunque este cambio será gradual, China se está conviertiendo en el mayor acreedor del mundo. Es decir, tienen todo lo necesario para convertirse en el próximolider mundial hacia el 2050…”
Quizás sea cuestión, nomás, de aprender a hablar en chino. O casarse ya mismo con una mujer china, aunque yo esté ya un poco mayor para ello, y no voy a llegar a verlo. Digo, supongo, estimo, no sé.
Mientras tanto, no tengan dudas, seguiré tocando la guitarra y escribiendo canciones, que de eso se trata. Bastante más jodido sería un mundo sin canciones, asi que yo tengo que hacer la parte que me toca.
Hasta otra vez.

© Mario Ojeda, Granada, 5/7/2010

domingo, 26 de junio de 2011

Sobre aciertos y deslices

Decía cierta vez el siempre recordado Oscar “Ringo” Bonavena, un boxeador peso pesado argentino que llegó a pelear y poner en aprietos a Cassius Clay, allá, por 1970. “Miren si será jodido este oficio que, cuando se apagan las luces, te dejan sólo fente a un negro que te quiere matar a puñetazos… y hasta el banquito te sacan del rincón, como para que no puedas escapar. Así que no te queda otra: sales a matar o morir…” Salvando las distancias, siempre sostuve que, con la música, ocurre más o menos lo mismo: en el momento en que se apagan las luces, te quedas solo frente al público, frente al “monstruo”, como le dicen en Viña del Mar, y allí se acaban las palabras, los reportajes, las notas de prensa, el dinero invertido en publicidad… allí se acaba todo: tienes que ganar o perder, con tus propias armas. Cuando uno escribe una canción, antes o después, termina exponiéndose. No importa si es una canción de amor a tu mamá, a tu novia, al perro (o perra) de la vecina, o lo que sea: estás ahí, solo frente al monstruo. Y las palabras se terminan, lo mismo que las excusas. A ésta altura de mi vida, la verdad, no es esto la parte que más me preocupa. Bah, nunca me preocupó, en verdad: siempre me sentí seguro de lo que hacía, sino, aún estaría en Resistencia, actuando 4 o 5 veces al año en algún bar, trabajando en otra cosa para vivir. No, me joden las excusas de los demás. Hay un punto, reitero, en que se apagan las luces, y uno tiene que pelar. Demostrar cuán capaz es. Y me hinchan sobre manera la paciencia esos pseudo artistas que, precisamente, cuando se apagan las luces, tocan mal, fuera de tiempo, equivocándose los acordes, cantando a veces afinado y otras no tanto –o mal, directamente-; los que, cuando ellos suben, te dicen “acompañame…”, pero no te pasaron los acordes, y uno pela, y zafa, claro que zafa, porque son mucho años ya haciéndolo, y uno tiene el oficio, o siempre tuvo con qué, y recurre al oído, o a poner caras, lo que sea, pero zafa. Ahora, eso sí, cuando ocurre al revés, y es el otro, el “artista”, el “consagrado” quien debe seguirte, automáticamente ves como el tipo deja de tocar, cuando no apoya directamente a su lado la guitarra, y te mira con aire condescendiente, como haciendo que te escucha cantar, y en verdad, su mente está a kilómetros de allí, o al menos a unos cuántos metros, en la taquilla, pensando “¿cuánto dinero habré ganado hoy?...”, mientras quien tiene que esmerarse y ganarse al público con la mierda que hace, es uno, que al otro no, que no le hace falta, porque ha tenido difusión radial y publicitaria durante años, y aún la tiene. Menos, pero la tiene. Entonces, sus canciones se conocen, y la gente las canta con él, o al menos las escucha, si son nuevas, porque el tipo ya tiene un nombre ganado, cosa que, obviamente, no es tu caso. Esas cosas me tienen las bolas llenas. ¿Saben cuán larga es la lista de tipos “conocidos” que he tratado en estos 35 y pico de años de andar dando vueltas con mi guitarra y cantando por ahí? Sin embargo, uno tiene que seguir peleando por ganarse un lugar, porque reconozcan tu oficio, porque, al menos, te respeten. Y a veces me aburro, y quiero mandarlos a cagar. A todos: a los conocidos, a lo que no, a los que empiezan; a los que dicen ser, pero son incapaces de seguirte en un triste blues de 12 compases pedorros… pero, digo, pienso, pregunto..¿Por qué no se van a cagar? En fin. Que a veces quiero ser un poco más diplomático, ¿eh? Pero no me sale. Quiero, insisto, pero no puedo. “Porque no me han visto, lamer la coyunda, ni andar hociqueando para hacerme de un peso…”, como cantaba el “Turco” Cafrune en su siempre recordada versión de “El orejano”, del uruguayo Serafín García, “porque a todos ellos le han puesto la marca, y tienen envidia de verme orejano…” Esta historia de pretender vivir de la música tiene sus bemoles, ¿eh? Siempre lo supe, en cualqueir caso, no me estoy lamentando por eso. En todo caso, sirvan éstas líneas como consejo o recomendación para la gente que está empezando ahora, o empezó hace unos años, como mi propia hija, que quiere ser artista, y yo no puedo cambiar su sentir, y medio en broma, medio en serio, le digo siempre. “Búscate un trabajo estable, de 9 a 5, y deja la guitarra para tus ratos libres, porque te vas a morir de hambre con esto…” Y es cierto, además, pero ella eligió. Yo ni siquiera le enseñé jamás un acorde, menos puedo ahora, por más que intento, hacerla cambiar de opinión. Porque la verdad es esa: no hay vuelta atrás. El arte es una necesidad vital. Para los verdaderos artistas, claro. Y, al fin y al cabo, ¿quién soy yo para determinar quién lo es o quien no? Puedo tener mi opinión, claro. Y es una opinión válida, por un lado, ycon cierta perspectiva, por otro: son muchos años de venir haciéndolo. Pero eso no me hace mejor. No. Me da derecho a opinar, simplemente. Quiero decir, uno escucha cantar a alguien, muchas veces. Y algún amigo o conocido viene y te pregunta. “Y, ¿Qué te pareció?...” Si respondés: “horrible”, quedás como un maleducado. Si decís, “está bien, pero aún le falta madurar…”, quedás como un soberbio. Así que muchas veces, la mayoría, si alguno –que no te conoce mucho- te pregunta esto, uno suele reponder. “lindo, si, bueno, algunas cosas canciones me gustaron más, otra menos…”, con lo cual, ciertamente, pecas de hipócrita pero al menos con cierta dignidad, y no te mojas demasiado. Porque aparte, y no jodamos que ésto es cierto, muchas veces uno escucha a un pibe cantar, por ejemplo, y te resulta una porquería. Pero, de golpe, pasan 4 o 5 años, y el destino te lo vuelve a cruzar, y resulta que ahora el pibe ahora canta fenómeno, toca muy bien, y así, porque se preocupó por estudiar y mejorar, entonces, insisto, ¿quién es uno para ponerse a jzgar a los demás? La verdad es que, a ésta altura, y sin pretender pecar de soberbio, solamente me interesa lo que yo hago. Escucho a veces otras cosas, claro está, gente que me impactó en mi adolescencia, qué se yo: los Creedence, Los Zeepelin, Beatles, Elvis o quien sea pero, a la hora de la verdad, suelo responder lo mismo que me dijo el gran Moris a mí, cuando grabamos un par de canciones juntos, allá por 1996: “Yo no escucho música, Mario, yo hago música, que es una cosa muy distinta...” Y en eso estoy, simplemente. Hasta la próxima vez. © Mario Ojeda, Granada, 26/6/2011

sábado, 5 de febrero de 2011

De generosidades y otras yerbas

Dicen mis amigos que de adolescente, jugaba muy bien al fútbol. Debe ser cierto. Me gusta, al menos, creer que era así. Pero había que entrenar… ¡te hacían dar dos o más vueltas alrededor de la cancha grande!... para calentar…Y después: flexiones, abdominales, elongaciones, ejercicios asimétricos, etc. Un garcha. Por eso –entre otras cosas-, dejé de jugar con actitud profesional. Años depués, leía en una revista deportiva, una famosa anécdota de César Luis Menotti, de la época que era el “5” de Boca Juniors. Resulta que, durante un partido donde el recordado “Tanque” Alfredo Rojas le recriminó porque no había corrido más en tal jugada para recuperar la pelota, y el flaco respondió: “¡Pará, Tanque!, lo único que faltaba: a ver ahora si para jugar bien al fúbol hay que correr…” Me acuerdo de esa frase cada vez que veo jugar a Riquelme, por ejemplo, confirmando la sentencia de Menotti.
Con las artes marciales me ocurrió lo mismo: hice yudo, taekwondo, karate, kung fú, en una época en que tales prácticas era poco menos que misteriosas. Se me daba bien, la verdad. Hace poco me escribía un mail Abelardo Benzaquen, a la zazón, hoy 5to Dan de TaeKwonDo en Argentina, y una de las referencias a nivel nordestino de éste arte marcial coreano, y me decía: “Tenías un talento natural increíble para esto, amigo. No sé porqué no seguiste…” ¡Porque había que entrenar, Lalo!... le respondí: otra vez esa historia de abdominales, flexiones, estiramientos… no, eso no era para mí.
Por eso me dediqué a la guitarra: me resultaba atractivo y absolutamente despreocupado escribir canciones. Quizás, incluso, más el escribir que el tocar la guitarra. Me lo dijo hace poco vía mail otro cantautor amigo, Alberto Caleris, quien vive hace una pila de años en Quito, Ecuador: “Escribís bien, quizás te equivocaste de oficio, che…” Ya. Les digo más: es probable que hasta tenga razón. Lo cual hubiese confirmado totalmente mi vocación casi plena por una vida absolutamente sedentaria, dándole, además, una vez más la razón a mi viejo cuando decía: “¡pero a éste no le gusta trabajar!...”
Pero en realidad si. Sólo basta mirar un poco atrás, en éstos treinta años, para darse una idea de que, si, puede que no me guste, pero que nunca dejé de laburar. Sobre todo, porque trabajar en lo mío, no es un trabajo para mí. Puedo pasarme doce horas seguidas escribiendo, o grabando, o produciendo un concierto. Cuando acabo, terminas desmayado, claro está. Pero antes no.
Y, en el fondo, vamos llegando al quid de la cuestión.
Varias veces a lo largo de éstos años, me han agradecido, directa o indirectamente, mi supuesta “generosidad”… ¿Respecto a qué?, he preguntado. Y me han dicho: “porque sí, porque no te guardas data, porque la compartís, porque nunca tienes problema en pasar el teléfono de un contacto, de un bar, de un lugar donde tocar, lo que sea. Es más, muchas veces hablás directamente vos, y nos conseguiste cosas…” Ah, era eso. Bueno, respondo: “Mirá, loco, es cuestión de sentido común –que todo el mundo sabe que es el menos común de lo sentidos-. En primer lugar, sino te pasa la data yo, antes o después te la pasará otro, y no quiero quedar como un reverendo egoísta al pedo. Eso, para empezar. En segundo término, yo no puedo tocar en el mismo bar más de 3 o 4 veces al año, porque la gente –y el dueño- se aburrirían de mí, asi que, ¿Qué tiene de malo para mí pasar esa data?...” Y finalmente, desde la escuela primaria, la escuelita 26, allá en Resistencia, Chaco, mis maestras me enseñaron - lo mismo que mis padres y mis abuelos en mi casa-, que palabras como responsabilidad, compromiso, lealtad, fidelidad, etc., no eran palabras vacuas. Yo crecí y soy así, lo siento mucho. No puedo ser de otra manera. Es muy fácil ser generoso con lo que te sobra. Pero eso, en realidad, no es generosidad. Lo jodido es tener sólo un tomate en tu heladera, un huevo, y media taza de arroz blanco hervido, y que venga algún amigo a comer, y vos lo invites, y compartas eso que, en realidad, debía alcanzarte para vivir dos días. Eso ser generoso: compartir lo poco que tengas. No regalar lo que te sobra, con aire de suficiencia. Eso no es generosidad. Eso es una puta mierda.
Hablar de lealtad, de fidelidad a una idea, de ser consecuente, es fácil pero vacío si no lo aplicas luego. Si hablas de “vamos a tirar de éste carro juntos”, y los bolos que consigo yo, los compartimos. Pero los conciertos que vos conseguís, los hacés solamente vos, ahí no estás tirando del carro conmigo. Estás siendo egoísta.
Prometer llegar a horario, por ejemplo, y después no venir, o llegar tarde, eso no es responsabilidad. O prometer cualquier otra cosa, y llegado el momento decir, “ah, lo siento, no puedo hacerlo”, eso no es ser responsable.Tomar el compromiso de ensayar, por ejemplo, y después inventarte excusas, y no venir, eso no es tomar partido o compromiso con algo. Mantenerte trabajando siempre con la misma gente, en vez de abrir tu cabeza para trabajar con otros, que incluso podrían hacerte el trabajo mejor o más barato, eso no es lealtad. Eso es boludez, directamente. Y las culpas siempre las terminan pagando otros. Porque uno debe serle leal a la gente que está con uno, en la trinchera, no con soldados del otro bando. Ni siquiera aunque sean soldados de tu bando, pero de otra trinchera. No. Uno debe serle leal y cuidarle el culo al tipo que está al lado tuyo, en la misma trinchera, porque ése es quien puede salvarte el tuyo llegado el momento. O dejarte tirado en el medio del campo de batalla, porque no le fuiste leal. Es así de sencillo.
Así no todo es cuestión de generosidad, compromiso o lo que sea. Es cuestión de actitud, como siempre digo. Ya, que no todo el mundo tiene actitud. Pero es la base de todo. De nda isrve que seas el guitarrista más rapido de la historia, si te paras mal en un escenario, o sólo tocas para lucirte, en vez de en pos de la canción. Tocar cualquier insturmento debería ser como dialogar: hay pausas, y espacios, y silencios, para meditar lo dicho, para que el otro medite sobre lo que has dicho, para que quien esté dialogando –o tocando- con vos, pueda meter un bocadillo. O algún fraseo de saxo o de piano, por ejemplo. Si solamente hablas vos, macho, va a llegar un momento en que nadie va a querer dialgoar con eso. Sobre todo, sino quieres escuchar. O haces como que escuchas y prestas atención, pero luego vas a tu puta bola. Y encima lo haes mal, precisamente por no haber escuchado.
Porque llegará el momento en que “la fábula acabe”, como digo en una canción, y te va a encontrar más solo que la una, y sin tiempo ni lugar para arrepentimientos. Porque, además, y como en aquella fábula del pastorcito mentiroso, cuando digas “¡ahora es verdad, vengan a ayudarme!”, nadie te va a dar bola ya.
Y eso puede pasarte en unos años, en unos días, o mañana mismo, quien sabe.
Hasta otra vez.
© Mario Ojeda, Granada, 5/02/2011

miércoles, 2 de febrero de 2011

Algunas consideraciones elementales


Tener la posibilidad cierta de dedicarse exclusivamente a lo que a uno le apetece, puede deberse básicamente a tres condiciones esenciales: o ganas la loteria, o tienes mucho talento y sobre todo mucha suerte, o heredas una empresa familiar, en donde entres por la ventana al mercado laboral, y eso te deje dinero para vivir cómodamente, y dedicarte a lo que te gusta en tus ratos libres – sea eso lo que sea: la música, la pintura, la astronomía, la escultura o jugar a los autitos electricos-
En muchos casos, ocurre que lo que a uno le gusta da inmediatos réditos comerciales. Por ejemplo, si te gusta el comercio, los negocios, seguramente a los 17 o 18 años, ya vas a estar trabajando y negociando. Así, quizás a los 25 años tengas una buena posición económica, y puedas ganar aún más dinero haciendo lo que te gusta: comerciar.  Y ya se sabe: el dinero llama al dinero, asi que, con un mínimo de creatividad, y algo de suerte, si juntaste algún dinero para esa edad, vas a seguir ganando dinero, tan sencillo como eso.
Pero si no tienes esa vocación, es decir, si el dinero en sí mismo nunca ha sido –ni es-, algo que te quite el sueño, indefectiblemente vas a tener que trabajar para juntarlo, para poder tener las pequeñas cosas necesarias para vivir, ya sabes, pagar el alquiler (o mejor aún: la hipoteca de tu propia casa), tener un auto, poder tomarte vacaciones un par de veces al año, poner comida en la heladera, vestirte alimentar y pagar la educación de tus hijos, etc.
Alguien me dijo cierta vez que el dinero se junta igual que la basura: si vos haces un bollito con un billete todos los días, y los vas arrojando a algún rincón, cuando quieras acordarte, vas a tener disponible un montón de dinero ahorrado –o un montón de basura acumulada, que para el caso, como ejemplo, es lo mismo-
En el resto de los casos, tu vida va a ser un constante zigzagueo entre el hambre, y las ganas de comer, como siempre digo. Es ciertamente improbable por otra parte que, viviendo así, puedas ahorrar dinero para gastar en otros proyectos, cualquiera sean estos (un viaje, un coche nuevo, una guitarra, ni siquiera una mísera bicicleta)
Y contra esto, no hay nada que hacerle. O sí: tener claro, desde un principio, a que te vas a dedicar. Si a vivir o a hacer dinero, así de sencillo. En países con una cierta economía estable, es muy común que, por ejemplo, puedas encontrar una oportunidad laboral que te permita hacer ambas cosas, es decir, vivir y hacer lo que te gusta en los ratos libres. En esos mismos países, por seguir con el ejemplo, siempre hay un inversor, con dinero, dispuesto a financiar tus proyectos.
Por ejemplo, te inventas un telefono portátil, y registras la patente (y estoy hablando básicamente de USA o el Reino Unido), si buscas un inversor, lo vas a encontrar. Y quizás en algunos años seas millonario. Cosa que no es tan fácil tampoco: le pasa a algunos, pero al resto no. Es como los futbolistas: hay muchos buenos jugadores dando vueltas por ahí. Pero si quieres ser futbolista profesional, tienes que estar dispuesto a entrenar, revalorizar tu capacidad futbolística, digamos, con otros 200 pibes más. Presentarte a una prueba en un club de fútbol profesional, tener la suerte –para empezar-, de ser fichado. Luego, seguir un derrotero natural por las divisiones inferiores (teniendo la suerte, otra vez, de no sufrir ninguna lesión de importancia que te deje en el camino), y debutar en primera haciendo un par de goles al menos. Así, puedes asegurarte un contrato económico mas interesante que el resto –teniendo, una vez mas, la suerte para ello), y luego tratar de mantenerte jugando en primera –y destacándote-, para tener la posibilidad – si el azar lo permite una vez más- , de que te compre algún club de fútbol importante, y sobre todo, con mucho poder económico-, para poder ir a jugar allí, siempre y cuando debutes haciendo un par de goles, cosa de asegurarte –una vez más-, un buen contrato.
Demasiadas coincidencias o casualidades azarozas, como se puede apreciar. ¿Qué ocurren? ¡Claro que ocurren! Zidane, Pele, Maradona, etc., son todos ejemplos de futbolistas que no tenían otra posibilidad para destacarse en la vida que jugar al fútbol, y la pelota los sacó de la miseria, y los hizo millonarios. Pero son las excepciones que confirman la regla, no la realidad habitual.
Y el mundo sigue girando, lo digo siempre. Pero hay que tener en claro todas estas cosas, para no sufrir en demasía. Saber de antemano que el camino es “largo y sinuoso”, como cantaban Los Beatles. “Que el éxito no te imuniza contra los golpes de la vida”, como decía el mismo Mc Cartney hablando del cáncer que le costo la vida  a su mujer Linda, y que tambien “el mundo está lleno de hijos de puta”, como cantaba Fito Páez, que van a meterse siempre en tu camino para joderte la vida. Sean personas de a pie, gente como uno, digamos, o políticos o gobernantes que van a cambiarte las reglas de juego de un día para otro, y sin avisar, con lo cual puedes pasar perfectamente –y sobran ejemplos -, de tener mucho a no tener nada. O de despertar una mañana – o muchas -, absolutamente estresado o directamente deseperado por no saber adónde fue a parar tu dinero, porque se lo quedó el banco. O que pasó con el, porque te lo licuó alguna hiper inflación.
La vida, en suma. Pero hay que tenerlo claro para no sufrir demasiado.
Y ya para irnos, les dejo algunos pensamientos de Jose Saramago, recientemente fallecido, como para no perder vista ciertos conceptos:
“El autor de “Ensayo sobre la ceguera”, reconoció que no tiene ninguna ilusión respecto a la
condición humana, y censuró los intentos de controlar la llegada de emigrantes a Europa. “La
necesidad de vivir no puede ser controlada, afirmó, ni con murallas, ni con metralletas…”
El escritor se quejó de la nula atención que reciben los derechos básicos del hombre una vez
superados los homenajes del cincuentenario de su declaración universal: “Esperaremos pacientemente a que pasen 48 años más..”, ironizó.
“El integrismo religioso, el egoísmo, la confianza desmedida en conceptos como pueblo, patria y democracia, la globalización o el abocamiento hacia la era de la burocratización total…”, sustentan buena parte del escepticismo del escritor portugués.
Saramago lamentó “la intolerancia de las religiones, que es la más absurda de todas las
Intolerancias…”, y mantuvo que “matar en nombre de Dios es hacer de Dios un asesino”. Los
nacionalismos también tuvieron su reprobación en la intervención del Nobel: “La patria es
mucho más el tiempo en que vivimos, que el lugar donde hemos nacido”, aseveró, para luego
apostillar que la idea de ser ciudadano del mundo es una tontería, porque “nadie puede ser
llamado ciudadano de Ruanda, Etiopía o Sierra Leona”.
Para concluir: “Entre las idealizaciones más nocivas está la idealización del
Pueblo”, explicando luego que “todo el mundo es responsable de lo que ocurre a su alrededor,
aunque muchas veces se haga lo posible para no pensar en ello…”
Y sentenció: “Nuestro poder, que es el voto, no llega a cambiar nada en el poder real, que es el poder económico y financiero…”
Ahí queda dicho.
Hasta otra vez.

© Mario Ojeda, Granada, 19/6/2010

Algunas consideraciones elementales


Tener la posibilidad cierta de dedicarse exclusivamente a lo que a uno le apetece, puede deberse básicamente a tres condiciones esenciales: o ganas la loteria, o tienes mucho talento y sobre todo mucha suerte, o heredas una empresa familiar, en donde entres por la ventana al mercado laboral, y eso te deje dinero para vivir cómodamente, y dedicarte a lo que te gusta en tus ratos libres – sea eso lo que sea: la música, la pintura, la astronomía, la escultura o jugar a los autitos electricos-
En muchos casos, ocurre que lo que a uno le gusta da inmediatos réditos comerciales. Por ejemplo, si te gusta el comercio, los negocios, seguramente a los 17 o 18 años, ya vas a estar trabajando y negociando. Así, quizás a los 25 años tengas una buena posición económica, y puedas ganar aún más dinero haciendo lo que te gusta: comerciar.  Y ya se sabe: el dinero llama al dinero, asi que, con un mínimo de creatividad, y algo de suerte, si juntaste algún dinero para esa edad, vas a seguir ganando dinero, tan sencillo como eso.
Pero si no tienes esa vocación, es decir, si el dinero en sí mismo nunca ha sido –ni es-, algo que te quite el sueño, indefectiblemente vas a tener que trabajar para juntarlo, para poder tener las pequeñas cosas necesarias para vivir, ya sabes, pagar el alquiler (o mejor aún: la hipoteca de tu propia casa), tener un auto, poder tomarte vacaciones un par de veces al año, poner comida en la heladera, vestirte alimentar y pagar la educación de tus hijos, etc.
Alguien me dijo cierta vez que el dinero se junta igual que la basura: si vos haces un bollito con un billete todos los días, y los vas arrojando a algún rincón, cuando quieras acordarte, vas a tener disponible un montón de dinero ahorrado –o un montón de basura acumulada, que para el caso, como ejemplo, es lo mismo-
En el resto de los casos, tu vida va a ser un constante zigzagueo entre el hambre, y las ganas de comer, como siempre digo. Es ciertamente improbable por otra parte que, viviendo así, puedas ahorrar dinero para gastar en otros proyectos, cualquiera sean estos (un viaje, un coche nuevo, una guitarra, ni siquiera una mísera bicicleta)
Y contra esto, no hay nada que hacerle. O sí: tener claro, desde un principio, a que te vas a dedicar. Si a vivir o a hacer dinero, así de sencillo. En países con una cierta economía estable, es muy común que, por ejemplo, puedas encontrar una oportunidad laboral que te permita hacer ambas cosas, es decir, vivir y hacer lo que te gusta en los ratos libres. En esos mismos países, por seguir con el ejemplo, siempre hay un inversor, con dinero, dispuesto a financiar tus proyectos.
Por ejemplo, te inventas un telefono portátil, y registras la patente (y estoy hablando básicamente de USA o el Reino Unido), si buscas un inversor, lo vas a encontrar. Y quizás en algunos años seas millonario. Cosa que no es tan fácil tampoco: le pasa a algunos, pero al resto no. Es como los futbolistas: hay muchos buenos jugadores dando vueltas por ahí. Pero si quieres ser futbolista profesional, tienes que estar dispuesto a entrenar, revalorizar tu capacidad futbolística, digamos, con otros 200 pibes más. Presentarte a una prueba en un club de fútbol profesional, tener la suerte –para empezar-, de ser fichado. Luego, seguir un derrotero natural por las divisiones inferiores (teniendo la suerte, otra vez, de no sufrir ninguna lesión de importancia que te deje en el camino), y debutar en primera haciendo un par de goles al menos. Así, puedes asegurarte un contrato económico mas interesante que el resto –teniendo, una vez mas, la suerte para ello), y luego tratar de mantenerte jugando en primera –y destacándote-, para tener la posibilidad – si el azar lo permite una vez más- , de que te compre algún club de fútbol importante, y sobre todo, con mucho poder económico-, para poder ir a jugar allí, siempre y cuando debutes haciendo un par de goles, cosa de asegurarte –una vez más-, un buen contrato.
Demasiadas coincidencias o casualidades azarozas, como se puede apreciar. ¿Qué ocurren? ¡Claro que ocurren! Zidane, Pele, Maradona, etc., son todos ejemplos de futbolistas que no tenían otra posibilidad para destacarse en la vida que jugar al fútbol, y la pelota los sacó de la miseria, y los hizo millonarios. Pero son las excepciones que confirman la regla, no la realidad habitual.
Y el mundo sigue girando, lo digo siempre. Pero hay que tener en claro todas estas cosas, para no sufrir en demasía. Saber de antemano que el camino es “largo y sinuoso”, como cantaban Los Beatles. “Que el éxito no te imuniza contra los golpes de la vida”, como decía el mismo Mc Cartney hablando del cáncer que le costo la vida  a su mujer Linda, y que tambien “el mundo está lleno de hijos de puta”, como cantaba Fito Páez, que van a meterse siempre en tu camino para joderte la vida. Sean personas de a pie, gente como uno, digamos, o políticos o gobernantes que van a cambiarte las reglas de juego de un día para otro, y sin avisar, con lo cual puedes pasar perfectamente –y sobran ejemplos -, de tener mucho a no tener nada. O de despertar una mañana – o muchas -, absolutamente estresado o directamente deseperado por no saber adónde fue a parar tu dinero, porque se lo quedó el banco. O que pasó con el, porque te lo licuó alguna hiper inflación.
La vida, en suma. Pero hay que tenerlo claro para no sufrir demasiado.
Y ya para irnos, les dejo algunos pensamientos de Jose Saramago, recientemente fallecido, como para no perder vista ciertos conceptos:
“El autor de “Ensayo sobre la ceguera”, reconoció que no tiene ninguna ilusión respecto a la
condición humana, y censuró los intentos de controlar la llegada de emigrantes a Europa. “La
necesidad de vivir no puede ser controlada, afirmó, ni con murallas, ni con metralletas…”
El escritor se quejó de la nula atención que reciben los derechos básicos del hombre una vez
superados los homenajes del cincuentenario de su declaración universal: “Esperaremos pacientemente a que pasen 48 años más..”, ironizó.
“El integrismo religioso, el egoísmo, la confianza desmedida en conceptos como pueblo, patria y democracia, la globalización o el abocamiento hacia la era de la burocratización total…”, sustentan buena parte del escepticismo del escritor portugués.
Saramago lamentó “la intolerancia de las religiones, que es la más absurda de todas las
Intolerancias…”, y mantuvo que “matar en nombre de Dios es hacer de Dios un asesino”. Los
nacionalismos también tuvieron su reprobación en la intervención del Nobel: “La patria es
mucho más el tiempo en que vivimos, que el lugar donde hemos nacido”, aseveró, para luego
apostillar que la idea de ser ciudadano del mundo es una tontería, porque “nadie puede ser
llamado ciudadano de Ruanda, Etiopía o Sierra Leona”.
Para concluir: “Entre las idealizaciones más nocivas está la idealización del
Pueblo”, explicando luego que “todo el mundo es responsable de lo que ocurre a su alrededor,
aunque muchas veces se haga lo posible para no pensar en ello…”
Y sentenció: “Nuestro poder, que es el voto, no llega a cambiar nada en el poder real, que es el poder económico y financiero…”
Ahí queda dicho.
Hasta otra vez.

© Mario Ojeda, Granada, 19/6/2010

De torceduras y caídas

Debe haber mil formas de caerse, ¿no? Quiero decir, los que tenemos una cierta edad, ya sabemos perfectamente a ésta altura lo que es caerse y darse un buen revolcón. En realidad, nos levantamos y seguimos porque no queda otra, no porque siempre tengamos ganas de seguir.
Viene esto a cuenta de ésta historia del arte, de la música, la creatividad y las bolas de cambicha. Da lo mismo. A nadie le importa. Los que escriben, se piensan que todos son escritores, y que todos sienten –sentimos-, el mismo placer al abrir un libro nuevo por la primera hoja, y poder oler claramente la tinta impresa, por ejemplo. Pero… no. A los demás no les ocurre.
Los poetas, en cambio, piensan, sienten y creen que todo bicho viviente siente el mismo regusto, mezcla de pavor y placer, al mirar el folio en blanco, y pretende escribir, sea una novela, un poema, lo que fuera. Y… no, va a ser que no, como dicen por acá.
¿Los músicos? Más de lo mismo. ¿A quién le importa si has tenido que vender tu coche para comprarte un saxo, por ejemplo? ¿O un buen  kit de guitarra, pedalera y amplificador? ¿Un buen teclado, acaso? Lamento desilucionarlos… pero no. Insisto y quiero dejarlo claro: a nadie le importa.
En realidad, debería ser necesario con que le alcanzase a uno mismo, pero claro… se supone que el arte es comunicaicón, que uno ahce cosas para la gente. Sino, es casi, casi como masturbarse. Como esos grupos que se arman, se pasan dos o tres años ensayando, y nunca salen a tocar… ¿para que tanto ensayo entonces? ¿Qué están buscando en realidad? ¿La perfección? ¿El nirvana? Tanto ensayar, y después nunca tocan, porque, se sabe, casi no hay lugares donde tocar. Y cuando los encuentras, es para tocar… ¡gratis! Porque resulta que los dueños de los bares no pagan.  Bueno, ya no pagan. Antes si. En España y en Argentina. Pero ya no.
En USA si, por ejemplo. El sindicato de músicos es una cosa tan seria, tan fuerte que, en primer lugar, no puedes siquiera plantearte salir a tocar, si no estás afiliado. Punto uno. Pero, despues, están los beneficios. Por ejemplo, un bar no puede abrir sino tiene alguien tocando en directo tantos días a la semana. Es más, según los metros cuadrados, debe ser un dúo, un trío, un cuarteto, lo que corresponda. Sino tiene música en directo, sencillamente, no le dan la habilitación para abrir el bar. Y una vez concedida, el bar en cuestión, es periódicamente visitado por inspectores del sindicato, para ver que se cumplan la cantidad de actuaciones semanales pautadas, que los camerinos estén limpios –si, también debe haber camerinos-, que los músicos estén asegurados y dados de alta en la seguridad social, ¡que el pago sea puntual después de cada actuación!, y cosas como esas. Ciencia ficción, para la realidad española o argentina.
Acá, mientras tanto –y ahora hablo exclusivamente de España, porque llevo viviendo ocho años en Granada, y saliendo a tocar por todos lados-, ni siquiera puedes exigir a los ayuntamientos que te paguen inmediatamente después –antes sería lo lógico- de tocar. Sencillamente pasan de eso, aún con un contrato firmado de por medio. ¿Camerinos? ¿Cátering? Esas son cuestiones sin importancia… ¡si a veces ni siquiera te ponen agua en el escenario!, y son los propios músicos –uno mismo, bah-, quien debe salir a comprar botellines. Y así con todo. Los bares –algunos- pagan después del show. Pero son los menos. La mayoría, sencillamente te dice: “Vos ocupate de poner a algún maigo tuyo en la entrada, para cobrarle a la gente que venga una consumición mínima, y esa es vuestra paga. Lo de barra es para mí…” Con lo cual, sino viene nadie a tu concierto –normalmente, porque el dueño del bar no ahce absolutamente nada por difundir el concierto-, no ves un duro. Lo digo en argentino: no ves un mango. Cargaste los equipos hasta allí, media hora dando vueltas para aparcar, o estacionando en doble fila, balizas puestas, arriesgándote a una multa de tráfico, para poder descargar los equipos, etc. ¡Y despues no cobras! Maravilloso.
Como siempre digo: esta es la historia real, la verdadera. No la que te cuentan por las revistas o internet. ¿De qué diablos te sirve salir en revistas de música independiente, por ejemplo, y ser anunciado como “grupo revelación”, si cuando llega el día del concierto van sólo 30 o 40 personas a verte? Y eso incluyendo a los amigos, el sonidista, el dueño del bar o de la sala, la novia del dueño, los camareros y demás… O sea, “solamente los que triunfan son creíbles”, como digo siempre. La historia la escriben ellos… pero nadie cuenta la historia de los demás. Los grupos anónimos que pasan ocho, diez años tocando por las rutas y pueblos españoles, pagando alquiler de salas para tocar, alquilando salas de ensayo, comprando instrumentos, equipos de sonido, alquilando camionetas para trasladarse de un lugar a otro, autofinanciándose sus ediciones discográficas, que después terminan vendiendo a sus amigos, etc. Y luego, llega el “concierto despedida”, lógicamente. Diez años de insistir, de empujar, de bregar por hacer un trabajo digno y aspirando a vivir de ello, para luego… alpiste, corazón. Si no has triunfado, olvídalo. Con el agravante que, antes, al menos, tenías la mínima posiblidad de ser descubierto por algún productor discográfico, que te conseguía un contrato de grabación y edición, y tenías un disco en la calle. Pero un disco en la calle en serio, con pautado radial, carteles, promoción en revistas, entrevistas radiales, televisivas, etc. Un trabajo promocional profesional, a mediano o largo plazo. Ahora ya no. Eso no ocurre más. Quien piense lo contrario, perdió de vista el paso del tren.
Nadie invierte nada en nadie. Ni siquiera tiempo. Peor aún, si por esas casualidades (o “causalidades”, si rascamos un poco las capas de la cebolla), tienes la suerte de ser editado por alguna discográfica –apúrate, porque en diez años, si esto sigue así, no va a quedar ninguna o casi ninguna- , resulta que te dan seis meses de cancha nominal. Es decir: tienes seis meses, quizás menos, para que la gente te conozca, se enamore de tu vozy tus canciones, te hagan notas en la tele o en la radio, aparezcas en programas del corazón, puedas inventarte tres o cuatro romances con las estrellas televisivas de turno… y ya está. Si haciendo todo eso y así y todo, en seis meses a lo sumo, no alcanzas un reconocimiento popular masivo… mejor dedicate a otra cosa, amigo, ya pasó tu tren y no lo pillaste. Es así de duro. Es así de sencillo.
Por cada Jorge Drexler, por dar un ejemplo, que logra cierto reconocimiento popular –y aún contando con la adoración de la prensa, y no olvidemos que un tal Joaquín Sabina lo apadrinó sus primeros años en España-, la verdad es que, insisto, por cada Drexler conocido, hay cientos de Drexler anónimos que no conoce nadie. O si, pero en pequeñas dimensiones. Los que están en el ajo, digamos. Los frekies de la música indie, de la canción de autor, o lo que fuera. Más allá de eso, no hay nada.
Y vuelvo a insistir con esto: no es que no haya nada. Hay, claro que hay, y hay muchos. Pero no son profesionales de la música. Y no porque no quieran, sino porque no pueden. Porque no les alcanza. Porque no pueden vivir del oficio dando un concierto por mes, dos a lo sumo. Porque no puedes profesionalizarte, si haces una gira de diez conciertos, por otras tantas ciudades españolas, y resulta que, al terminar, cuando cuentas el dinero, aún tienes que poner algo para pagar los costos de la gira. O salís hecho, ni ganas ni pierdes. ¿Cómo puedes aspirar a vivir del arte así?
Y otro si digo: quiénes dicen “vivir” de la música –en realidad, deberían decir “sobrevivivir”-, lo que realmente haces es vivir de la docencia, que no es lo mismo. Porque presentarte a oposiciones para ser profesor de música en un conservatorio o en un colegio, seguramente puede darte seguridad económica. Y está bien que así sea, no estoy criticando eso. ¡Pero no están viviendo de la música! Viven de la docencia, que es lo mismo que decir, “viven de otra cosa”.
Y es así nomás. No es que se mala la verdad, lo que no tiene es remedio, como cantaba Serrat.
Hasta otra.
© Mario Ojeda, Granada, 3/2/2011

De torceduras y caídas

Debe haber mil formas de caerse, ¿no? Quiero decir, los que tenemos una cierta edad, ya sabemos perfectamente a ésta altura lo que es caerse y darse un buen revolcón. En realidad, nos levantamos y seguimos porque no queda otra, no porque siempre tengamos ganas de seguir.
Viene esto a cuenta de ésta historia del arte, de la música, la creatividad y las bolas de cambicha. Da lo mismo. A nadie le importa. Los que escriben, se piensan que todos son escritores, y que todos sienten –sentimos-, el mismo placer al abrir un libro nuevo por la primera hoja, y poder oler claramente la tinta impresa, por ejemplo. Pero… no. A los demás no les ocurre.
Los poetas, en cambio, piensan, sienten y creen que todo bicho viviente siente el mismo regusto, mezcla de pavor y placer, al mirar el folio en blanco, y pretende escribir, sea una novela, un poema, lo que fuera. Y… no, va a ser que no, como dicen por acá.
¿Los músicos? Más de lo mismo. ¿A quién le importa si has tenido que vender tu coche para comprarte un saxo, por ejemplo? ¿O un buen  kit de guitarra, pedalera y amplificador? ¿Un buen teclado, acaso? Lamento desilucionarlos… pero no. Insisto y quiero dejarlo claro: a nadie le importa.
En realidad, debería ser necesario con que le alcanzase a uno mismo, pero claro… se supone que el arte es comunicaicón, que uno ahce cosas para la gente. Sino, es casi, casi como masturbarse. Como esos grupos que se arman, se pasan dos o tres años ensayando, y nunca salen a tocar… ¿para que tanto ensayo entonces? ¿Qué están buscando en realidad? ¿La perfección? ¿El nirvana? Tanto ensayar, y después nunca tocan, porque, se sabe, casi no hay lugares donde tocar. Y cuando los encuentras, es para tocar… ¡gratis! Porque resulta que los dueños de los bares no pagan.  Bueno, ya no pagan. Antes si. En España y en Argentina. Pero ya no.
En USA si, por ejemplo. El sindicato de músicos es una cosa tan seria, tan fuerte que, en primer lugar, no puedes siquiera plantearte salir a tocar, si no estás afiliado. Punto uno. Pero, despues, están los beneficios. Por ejemplo, un bar no puede abrir sino tiene alguien tocando en directo tantos días a la semana. Es más, según los metros cuadrados, debe ser un dúo, un trío, un cuarteto, lo que corresponda. Sino tiene música en directo, sencillamente, no le dan la habilitación para abrir el bar. Y una vez concedida, el bar en cuestión, es periódicamente visitado por inspectores del sindicato, para ver que se cumplan la cantidad de actuaciones semanales pautadas, que los camerinos estén limpios –si, también debe haber camerinos-, que los músicos estén asegurados y dados de alta en la seguridad social, ¡que el pago sea puntual después de cada actuación!, y cosas como esas. Ciencia ficción, para la realidad española o argentina.
Acá, mientras tanto –y ahora hablo exclusivamente de España, porque llevo viviendo ocho años en Granada, y saliendo a tocar por todos lados-, ni siquiera puedes exigir a los ayuntamientos que te paguen inmediatamente después –antes sería lo lógico- de tocar. Sencillamente pasan de eso, aún con un contrato firmado de por medio. ¿Camerinos? ¿Cátering? Esas son cuestiones sin importancia… ¡si a veces ni siquiera te ponen agua en el escenario!, y son los propios músicos –uno mismo, bah-, quien debe salir a comprar botellines. Y así con todo. Los bares –algunos- pagan después del show. Pero son los menos. La mayoría, sencillamente te dice: “Vos ocupate de poner a algún maigo tuyo en la entrada, para cobrarle a la gente que venga una consumición mínima, y esa es vuestra paga. Lo de barra es para mí…” Con lo cual, sino viene nadie a tu concierto –normalmente, porque el dueño del bar no ahce absolutamente nada por difundir el concierto-, no ves un duro. Lo digo en argentino: no ves un mango. Cargaste los equipos hasta allí, media hora dando vueltas para aparcar, o estacionando en doble fila, balizas puestas, arriesgándote a una multa de tráfico, para poder descargar los equipos, etc. ¡Y despues no cobras! Maravilloso.
Como siempre digo: esta es la historia real, la verdadera. No la que te cuentan por las revistas o internet. ¿De qué diablos te sirve salir en revistas de música independiente, por ejemplo, y ser anunciado como “grupo revelación”, si cuando llega el día del concierto van sólo 30 o 40 personas a verte? Y eso incluyendo a los amigos, el sonidista, el dueño del bar o de la sala, la novia del dueño, los camareros y demás… O sea, “solamente los que triunfan son creíbles”, como digo siempre. La historia la escriben ellos… pero nadie cuenta la historia de los demás. Los grupos anónimos que pasan ocho, diez años tocando por las rutas y pueblos españoles, pagando alquiler de salas para tocar, alquilando salas de ensayo, comprando instrumentos, equipos de sonido, alquilando camionetas para trasladarse de un lugar a otro, autofinanciándose sus ediciones discográficas, que después terminan vendiendo a sus amigos, etc. Y luego, llega el “concierto despedida”, lógicamente. Diez años de insistir, de empujar, de bregar por hacer un trabajo digno y aspirando a vivir de ello, para luego… alpiste, corazón. Si no has triunfado, olvídalo. Con el agravante que, antes, al menos, tenías la mínima posiblidad de ser descubierto por algún productor discográfico, que te conseguía un contrato de grabación y edición, y tenías un disco en la calle. Pero un disco en la calle en serio, con pautado radial, carteles, promoción en revistas, entrevistas radiales, televisivas, etc. Un trabajo promocional profesional, a mediano o largo plazo. Ahora ya no. Eso no ocurre más. Quien piense lo contrario, perdió de vista el paso del tren.
Nadie invierte nada en nadie. Ni siquiera tiempo. Peor aún, si por esas casualidades (o “causalidades”, si rascamos un poco las capas de la cebolla), tienes la suerte de ser editado por alguna discográfica –apúrate, porque en diez años, si esto sigue así, no va a quedar ninguna o casi ninguna- , resulta que te dan seis meses de cancha nominal. Es decir: tienes seis meses, quizás menos, para que la gente te conozca, se enamore de tu vozy tus canciones, te hagan notas en la tele o en la radio, aparezcas en programas del corazón, puedas inventarte tres o cuatro romances con las estrellas televisivas de turno… y ya está. Si haciendo todo eso y así y todo, en seis meses a lo sumo, no alcanzas un reconocimiento popular masivo… mejor dedicate a otra cosa, amigo, ya pasó tu tren y no lo pillaste. Es así de duro. Es así de sencillo.
Por cada Jorge Drexler, por dar un ejemplo, que logra cierto reconocimiento popular –y aún contando con la adoración de la prensa, y no olvidemos que un tal Joaquín Sabina lo apadrinó sus primeros años en España-, la verdad es que, insisto, por cada Drexler conocido, hay cientos de Drexler anónimos que no conoce nadie. O si, pero en pequeñas dimensiones. Los que están en el ajo, digamos. Los frekies de la música indie, de la canción de autor, o lo que fuera. Más allá de eso, no hay nada.
Y vuelvo a insistir con esto: no es que no haya nada. Hay, claro que hay, y hay muchos. Pero no son profesionales de la música. Y no porque no quieran, sino porque no pueden. Porque no les alcanza. Porque no pueden vivir del oficio dando un concierto por mes, dos a lo sumo. Porque no puedes profesionalizarte, si haces una gira de diez conciertos, por otras tantas ciudades españolas, y resulta que, al terminar, cuando cuentas el dinero, aún tienes que poner algo para pagar los costos de la gira. O salís hecho, ni ganas ni pierdes. ¿Cómo puedes aspirar a vivir del arte así?
Y otro si digo: quiénes dicen “vivir” de la música –en realidad, deberían decir “sobrevivivir”-, lo que realmente haces es vivir de la docencia, que no es lo mismo. Porque presentarte a oposiciones para ser profesor de música en un conservatorio o en un colegio, seguramente puede darte seguridad económica. Y está bien que así sea, no estoy criticando eso. ¡Pero no están viviendo de la música! Viven de la docencia, que es lo mismo que decir, “viven de otra cosa”.
Y es así nomás. No es que se mala la verdad, lo que no tiene es remedio, como cantaba Serrat.
Hasta otra.
© Mario Ojeda, Granada, 3/2/2011