miércoles, 17 de enero de 2018

Lecciones de urbanidad sin coste Vol.1





La paradoja de lo imposible-

La paradoja del facebook – o de lo imposible-: le envias mails a un ayuntamiento, por ejemplo, y no dan acuse de recibo. Nada. Ni un “por ahí te pudras”…
Le escribes el mismo mensaje al Facebook, y la primera vez te dicen: “Gracias por la info. Se lo reenviamos a la persona competente –que jamás da tampoco señales de recibo, eso lo agrego yo-“. La segunda vez, te dicen: “Este no es lugar para enviar esta información. Escriba por favor directamente al ayuntamiento…” Así que, google mediante, entras a la página web del ayuntamiento en cuestión. ¡Y en ninguna lado aparece la dirección de mail del programador de cultura o fiestas!...
Entonces, invocando a los dioses, llamas directamente al Ayuntamiento, pidiendo hablar con el concejal de Cultura o Fiestas, y te dicen: “Ah, el no viene casi nunca por acá…” Ok, le dices, al borde ya del ataque de nervios. ¿Me podrías suministrar su dirección de mail? Es para enviarle una información sobre los distintos proyectos musicales que llevo, también algunas cosas de teatro…” Ah, te responde el interlocutor. Envíelo directamente a la dirección del ayuntamiento, que ya nosotros le acercaremos la información…” Disculpe, ya ahí te pones serio al decirlo: Es la cuarta o quinta vez que hago eso, y nadie me responde. Y del otro lado te dicen: “Ah, bueno, no. El/ella no tiene obligación de responder. Ya contactará con usted si le interesa…”
Impresionante. Y lo más increíble es que todos cobran un sueldo mensual: el programador de la página web, el que atiende el teléfono, el que lleva la página del facebook, el técnico programador, el concejal que nunca está, etc.,etc.
La burocracia es el castigo de los dioses, seguramente. Por haber elegido un trabajo artístico…

© 29-6-2017

Temas propios y ajenos

Resulta que llamo directamente a un pub de la provincia de Badajoz, a casi 600 km. desde Granada… “Hola si, mucho gusto, mira, llamaba porque te envié varias veces mails con los proyectos musicales que llevo, pero no sabía si los habías recibido, como no respondías…” Ah, si,si. Los vi… -es la respuesta-, “… pero no me interesa, no, nosotros no programamos bandas de versiones ni tributos, sólo grupos con talento y originalidad para escribir canciones propias y tocarlas…”- Ah, perfecto!- respondo, conteniendo la respiración-, “yo llevo 38 años escribiendo canciones propias, y precisamente uno de los grupos que llevo, y que estaba en el mail que te envié, ANTIFACES rock band, es un grupo de material propio, todas canciones rock de autor, digamos…” Ah, si, eso si- mientras lo escuchaba pensaba porque no había acusado el recibo antes, si estaba esa info en el mail que le envié…, pero me callé y escuché: “ Y cuánto vale ese grupo, cuál es vuestro cachet?...” Respuesta: “1200 euros. Eso incluye nuestras dietas, gastos de alquiler de furgo, desplazamientos, peajes, etc…, pero podríamos hacerlo por menos, digamos, 600 euros, si tú nos cubres los gatos de traslado, alojamiento y cena…” Respuesta: “¿1200 euros? ¿Pero quién los conoce? Acaso tienen disco editado? ¿Promoción radial? ¿Salen en televisión?...” Respuesta, ya cansado: “Flaco, si yo tuviera disco editado, promoción radial, tocara en los conciertos de Radio3, me entrevistaran en revistas, diarios, etc., ¿no te parece que en vez de estar negociando contigo no estaría negociando el auditorio municipal de tu localidad, que tiene 450 butacas, pondría entradas anticipadas a 10 euros, 15 euros en taquilla, y me quitaría de toda esta charla…?” Respuesta: “Ah, no, no. Nosotros acá pagamos a todos lo  mismo: 300 euros. Y no pagamos ni hotel ni cena ni traslados ni nada…”
Maravilloso. Quieren la cerda, los veinte cerditos, y la máquina de hacer chorizos… Pero lo peor es que tienen lista de espera de grupos dispuestos  a hacerse 500 o 600 km. para tocar en su bar, por un dinero que ni siquiera cubre los gastos. Ahí está el problema. El enemigo está adentro, siempre.

© Mario, 9-9-2017

La verdad es que no pienso… soy como los perros: puro instinto

El facebook me pregunta en que pienso… la verdad es que ya no pienso.. bah, ni siquiera quiero pensar… Esto de tratar de vender conciertos agota… Sobre todo, por las respuestas… Hay cada uno…
Suelen decirme cuando llamo a un bar o sala para ofrecer alguno de mis proyectos: “ah, si, si,ya sé quiénes son… Pero ustedes son muy caros…” ¿Caros?, pregunto respirando suavecito… ¿Pagar una habitación de hotel y darnos unos pinchos como cena te parece caro? ¡Si nosotros trabajamos a hotel y cena más taquilla! ¡Más barato imposible! Nuestro cachet lo paga la gente: ¡sólo debes pegar carteles y agitar la cosas desde un mes antes!...”
“Ah, no, no”, suele ser la respuesta… “es que nosotros no cobramos entrada…”
Ah, pero cobran las copas, verdad? Ah, eso si, claro…
“Claro, piensa uno. ¿Y porqué catzo la música debe ser gratis?
Estas respuestas me hacen acordar al Loco Patricio, allá en Villa Gesell, a fines de los ´80. El loco se ponía a dirigir el tráfico como un policía de tránsito- y lo hacía bien, eh?, vestido con un traje marrón, y corbata a juego… bah, al principio: meses después, ya era en bermudas, descalzo y en camiseta-… El tema es que, cuando se aburría, se paraba en la esquina de 3 y 105, y paraba a todo el mundo diciendo: “Che, ¿no te sobra un pesito para comprar cigarrillos?... Es que “no me cierran los números”…
Claro, acá pasa lo mismo, piensa uno. ¡Así nunca te van a cerrar los números, man! ¿Con qué dinero piensas pagar al artista si no cobras la entrada? ¿Metiendo la mano en tu bolsillo? Por eso estoy harto de ver salas que se cierran… ¿Cómo no van a cerrar? ¿Cómo van a “cerrarle los números” con ocho días al mes de trabajo- viernes y sábado, quizás algún jueves-, si no solo no generan ingresos con la entrada, sino que, además, abren la caja para sacar dinero y pagarle al artista- imagínense claramente cuánto pueden pagar, además…
Otra costumbre que cada vez se extiende más, y no entiendo el porqué- bah, si lo entiendo: lo permiten los mismos músicos-, es trabajar “a voluntad”… “¿Cómo?, le pregunté hace unos días hablando por teléfono, al dueño de una sala de la mitad norte de España -¿vieron que diplomático que soy?-, “… ¿Cómo es eso de la voluntad?
“Si, me respondió convencido…” Acá la gente viene a mostrar su arte, toca sin cobrar la entrada, y luego la gente deja en unas urnas que ponemos en las mesas, lo que quiere dejar… Y con eso se pagan su cachet… Bueno, eso y lo que saquen de vender sus discos, sus libros, etc. Porque lo principal, ya sabes, es que puedan tener un lugar para mostrar su arte…”
Y me lo dijo - infiero, porque por teléfono no lo veía-, sin ponerse colorado…
Así estamos, así nos va.
Pero la culpa no es del cerdo, sino de quien le da de comer, ya se sabe. Y yo que me fui de mi  casa para vivir de tocar…
Basta por hoy.

© Mario Ojeda, 14-9-2017



A propósito del cachet

“Uno vale- tu cachet- la cantidad de entradas que vendas a mil pelas… No mucho más que eso…” (Manolo Tena dixit)
“Si uno ama lo que hace, no lo sientes como que estés trabajando…” (Marisa de Farasha Producciones, Granada)
Coincido total y absolutamente con ambas frases.
Harto estoy de escuchar a gente quejándose de cuánto trabaja, o que su trabajo no le agrada… ¡pues cambia de trabajo! –aunque a veces no se pueda, lo sé-…
Lo otro es aún más complejo: también estoy harto de ver o escuchar “artistas” pedir cachets que superan, con creces, su verdadera capacidad de convocatoria.
Por eso se excusan en aquello de “tú pagame el cachet y ya haces tu negocio, como si quieres poner el show a entrada libre, yo no quiero estar preocupándome por la venta de entradas…”
Y no, claro que no, sobre todo si tu cachet es tres veces el aforo de un local, y ni siquiera poniendo una entrada a 5-6 euros eres capaz de vender 100 entradas, tío…
En fin… La breve introducción viene a cuenta de “cuán jodida puede ser a veces Granada…” (José Luis Pareja Rivas dixit)
Ayer nomás, me acerqué a la Sala Aliatar, pleno centro de Granada, Puerta Real.
Un espectáculo de flamenco fusión de nivel internacional, el dúo integrado por Jaco Abel, una casi leyenda del flamenco eléctrico, y un joven –y talentosísimo, al igual que Jaco-, Julián Heredia en bajo de cinco cuerdas.
Más “el Moreno” en batería y cajón flamenco, José Lopretti en teclados, e invitados ilustres como Justo Heredia, Montse Cortés, y Manuel y José Fernández en guitarra flamenca.
Pues bien… con entradas ¡a sólo seis euros!, conté 22 personas siendo optimistas- y ojalá haya pagado su entrada las 22- Así no se puede…
Pero el gran problema de Granada no es sólo que la oferta supera siempre a la demanda. No. El gran problema de Granada es la mala costumbre estandarizada de no cobrar para ver un show. Es decir: demasiados conciertos con dinero público, de Diputación, de ayuntamientos, de la Universidad, de la Junta, etc, etc.
Entonces, ¿Qué ocurre? Que la gente se acostumbra a no pagar.
Estaba yo saliendo del Aliatar, y había 8-10 personas en la puerta, esperando dejaran libre la entrada para poder ingresar, y un par de ellas les decían al portero: “¿Cómo? ¿Hay que pagar para entrar? ¡Si yo vengo todos los días y no me cobran!...” Claro, respondía el portero. Pero hoy hay concierto. Debes pagar la entrada si quieres pasar. “Ah, no…”, era la respuesta. “Yo no pago. Yo me quedo acá hasta que liberen la entrada, y así al menos veo las últimas canciones…”
Así nos va. Tapas grandes, bebidas baratas. Una ciudad fantástica. Pero nadie quiere pagar una entrada para apoyar a la música en directo. Por los mismos de siempre si, por esos se pagan entradas de 60, 80 y hasta 90 euros. Aunque suspendan shows por falta de venta, por que no van a verlos ni la familia, o por gastroenteritis comprobada. Para esos, si. Para el resto, nones. Triste, muy triste.

© Mario Ojeda, 16-9-2017

miércoles, 27 de febrero de 2013

A propósito de Sió, el nuevo disco de Alejandro Frómeta

La siempre exquisita gentileza y amabilidad de un amigo cubano enviándome la copia íntegra de Sió, el último trabajo discográfico de Alejandro Frómeta (a la sazón, su ex compañero en el extraordinario dúo “Superávit”, de aquellos tumultuosos años de fines de los 80 en La Habana, Cuba, antes del exilio de ambos en Madrid, como Vanito Brown, Boris Larramendi, y varios otros, o Yusa en Argentina), además de permitirme escucharlo y apreciarlo, dio pié en mí para una serie de reflexiones que voy a reflejar en esta crónica.

En primer lugar, es un trabajo fantástico: súper bien grabado, tocado, cantado, arreglado, producido, todo perfecto, bah, con una atención al detalle – a los pequeños detalles, debería decir-, que quien esto escribe hace tiempo dejó de prestar. Y no es un juego de valores: sencillamente, uno elige hacerlo de determinada forma. Y lo de Frómeta va por ese lado. Puntilloso, trabajado, exquisito. Un concierto de Frómeta en directo debe ser cosa seria.

Pero, a la vez, y acá empiezan los peros para mí- y no se trata de un problema de Alejandro, sino, sencillamente mío-: no le encuentro motivo a hacer un disco hoy por hoy. Algunos me dirán que sí, que es una forma de presentarse. Otros, de poder mostrar nuestro arte. Otros, que es el único elemento de difusión que nos queda a los músicos independientes, es decir, traduzco, los marginados por la industria. No conozco a nadie que, pudiendo ser contratado por una discográfica internacional, elija ser “independiente”, “indie”, como le dicen ahora.

Uno es independiente porque ninguna compañía “major”, es decir, establecida, le dio pelota. Pero, no jodas,  siempre es mejor que te contrate la Sony, por poner  un ejemplo, te dé un anticipo de regalías a cuenta de futuros discos, como para quedarte tranquilo con que no vas a tener problemas para pagar la luz, el alquiler u otras cuestiones tan elementales como comer, por ejemplo. O ir al dentista.  Y que además te pague los pasajes a vos y a tus músicos para ir a grabar a Los Ángeles o a Londres, por ejemplo,  y ya de paso hacemos turismo, queda claro. Y que después, además de abundantes presentaciones de prensa y “show cases” varios, te consiga reportajes en radio y televisión, en revistas especializadas, en revistas del corazón, en donde sea. Y que además, por supuesto, te alquile una sala para ensayar con tus músicos, y luego abonen toda la producción de un concierto presentación de ese mismo puto disco en una sala de la capital (pongamos Madrid, o Miami por caso, ya que todos los medios de prensa están allí), y luego la posterior gira de conciertos, alquilándote, por decir algo, 20 salas en todo el territorio español, abundante cartelería profesional, de esas tamaño paño, que se pegan en las paredes, etc., etc., etc.

Como le dije cierta vez  a otro conocido músico cubano, cuando estuve cantando por allá, en marzo de 2009: “A mí trátame como un par, no me jodás. Yo nunca tuve detrás una compañía multinacional, ni un gobierno, ni un partido político difundiendo mis pedorras canciones. Así que, todo bien, quien disfrutó o disfruta de eso, “¡chapeau”!  Pero no me subestimes. Que es muy fácil hablar por boca de ganso…”

Y eso es lo que pienso de las producciones independientes que yo mismo a veces hago – aunque ya lleve 16 años sin editar un disco “oficial”-: no les veo sentido, ya no me ilusiona, ya no me interesan. Respeto a quien las hace, claro está. Respeto a quien se paga sus pasajes, sus horas de estudio, y se va a grabar a Nashville- caso Quique González, por ejemplo-. Y luego se auto edita, pagándose también la edición de ese disco, que, ahora sí, puede ser “distribuido” vía Pías Spain o quien sea. Que no lo haga yo, no significa que no respete a quien sí lo hace.

Pero no estoy dispuesto a pagar otra vez por grabar un disco, y menos uno mío.

Esto no quiere decir, tampoco, y me gustaría aclararlo, aunque suene redundante, que además de respetarlo, también pueda valorarlo y disfrutarlo, como disfruto ahora mismo del disco de Alejandro (este músico impresionante), mientras escribo estas líneas, o cualquier otro disco de cualquier otro cantautor, o como sea que le definan - algunos muy conocidos-, que a veces con toda amabilidad me regalan sus trabajos.

Los escucho, los disfruto, y me embronco muchas veces: ¡Cuánto talento desperdigado! ¡Cuánta gente apasionada haciendo cosas bellas y disfrutables! Cosas que, indudablemente, hacen la vida de algunas personas más llevadera. Que el mundo es mucho más bonito con canciones. Que sí. Que todo eso es verdad. Que el mundo sería mucho más triste sin bellas canciones.

Es sólo que a mí me duele. Me duele la apatía hacia trabajos talentosos y bellísimos como el disco de Alejandro, como las cosas bellísimas que escuché de “Superávit”, cuando tocaban juntos. Me duele la indiferencia de la gente. La mala leche de algunos. La imbécil posición de otros de decir “¿por qué voy a pagar para verte, si no te conoce nadie…?”

Lo siento, es más fuerte que yo. Con eso no puedo.

Será porque, a 30 años de haber dejado mi casa, mi ciudad, mi familia, mis amigos –como también tuvieron que hacer  Alejandro o Boris, o tantos otros-, aún sigo intentándolo, y tratando de malvivir de la música, aunque muchas veces no tenga ni para pagar el alquiler.

Pero es la vida que elegí, no voy a quejarme a estas alturas.

Consejo final: cuando tengan la posibilidad de ver en directo a una Yusa, a un Alejandro Frómeta, a un Boris Larramendi, a un Vanito Brown, a un Gerardo Pablo, a un Alejandro Santiago, a un Jorge Schellemberg, a un Rafael Amor, a tantos otros, dadle la oportunidad: paguen una entrada y siéntense a escucharlos. No se van a arrepentir.


© Mario Ojeda, Granada, febrero de 2013

domingo, 1 de julio de 2012

Impresiones varias volcadas al papel


Mi querida Sibila Camps me dijo una vez, allá por febrero o marzo de 1983, yo recién bajadito a Buenos Aires: “Creo que tu cabeza va más rápido de lo que puedes plasmarlo en canciones, quizás deberías escribir…” Ese ha sido un poco mi karma los últimos 30 años. Volvió a decírmelo hace un año, más o menos, Alberto Caleris, amigo cantautor, santafesino de Cañada Rosquín (como Carlos Porcel de Peralta y León Gieco, vaya yunta), quien ahora vive en Ecuador, pero quien cada tanto me visita en Granada. No creo venga a visitarme a mi, está enamorada de mi perra Luna, seguro.
A veces me asusta lo fugaz de la vida, sólo a veces. La insoportable levedad del ser, digamos. Pero he tenido conciencia de mi segura finitud allá por mis diecisiete años, ahora, con casi 51, me asusta menos. Me jode más, si, pero me asusta menos. Sobre todo, cuando gente cercana a uno, familiares o amigos, se van sin avisar, cosa que ocurre siempre. A la vez, es un hecho irreversible, que no se puede modificar. Es como lo vivido ayer, ni más ni menos. O el año pasado. O hace diez minutos, que así de turro es el tiempo. Pasa. Y ya cagaste, no hay vuelta atrás, no lo puedes recuperar. Por eso, desde hace mucho, escribo y grabo canciones. Ahí se quedan. Algún día, alguien las va  a escuchar. O no. Pero me van a sobrevivir. Seguro.
Lo bueno de saber vivir con lo justo es que no necesito demasiadas cosas para vivir feliz. Hubo un tiempo en que si, quiero decir, me hubiera gustado disponer de una cámara fotográfica hace 30 años, por ejemplo, como ahora, que hasta los móviles sacan fotos, y eso te permite conservar un instante, un momento, para la posteridad. Maravillas de ese milagro llamado fotografía. No tengo fotos con Baglietto, ni con Fito Páez, ni con Mario Corradini. Ni con Miguel Abuelo, o Juan Alberto Badía, ni con tanta otra gente querida que ya no está. Vaya mierda. Eramos tan pobres entonces. Tampoco es que ahora disponga de mucho más, pero… ¡tengo una cámara fotográfica! Así que suelo ir por la vida sacándole fotos a todo y a todos. Ahora tengo fotos con Aute, con el gordo Amor, con Paco Ibáñez, con Enrique Morente, con Rubén Juárez, con un montón de gente que admiro y saber quien soy. No es para andar faroleando tampoco. Es sólo para dejar constancia, digamos. Ayer  nomás, por ejemplo, debería haberme encontrado en Madrid con Beto Corradini, quien vino desde Italia a impartir unos de sus cursos de biomúsica, pero no pude ir. Así que el turro me puso un mail diciéndome: “Ya que no viniste, me zampé un desayuno bárbaro en el Museo del Jamón, en plena Puerta del Sol, y la segunda birra fue  a tu salud…” Que bueno es tener amigos…
Cuando algún salame me dice, por ejemplo,  “pero vos, ¿es cierto que tal cosa…?”, pelo una foto y le digo: “¿Ves?, acá estábamos en tal lado haciendo tal cosa…con fulanito de tal…”, lo conozco, claro, o lo conocía, pero no voy a andar faroleando con eso. Créeme. Y sino, mirá la foto, pero no me rompas los kinotos. Tampoco es que desee mostrar esas fotos que alguna gente se saca con los artistas, parado detrás de fulanito de tal cuando fulanito estaba hablando de cualquier otra cosa con otra persona, y te paras detrás y estiras el cuello como una jirafa, mano figuretti, para salir en la foto. No. Me refiero a documentar un momento compartido, en un almuerzo, tomando una cerveza y charlando amigablemente, o comiendo un asado, o en un estudio de grabación, o en algún escenario, por pedorro que este sea. No deja de ser un escenario.
Mi amigo Mariano Motter me decía por teléfono, hace pocos días: “Hace rato que no escribes…que, ¿te está faltando inspiración?...” No, le respondí. Tengo un montón de ideas en la cabeza, como siempre, felizmente, pero poco tiempo para plasmarlas. Y además, debo decirlo, estoy medio enojado. Si, cabreado. Porque pasa el tiempo, y vivo chocando contra las mismas paredes, contra las mismas miserias, contra la misma lucha de egos –y ojo que yo no soy un santo, pero trato de controlarlo-. Contra la misma falta de escrúpulos, contra las mismas mediocridades o incompetencias que me empujaron de irme de mi ciudad, hace ya treinta años. Y nada, eso. Que me jode. Que volví a chocar con ellas en Gesell, donde viví once años, en Mar del Plata, en Buenos Aires…
No es que yo sea perfecto, ni mucho menos. Pero siempre le eché huevos al asunto, ganas de trabajar siempre tuve, y sigo queriendo trabajar. Pero a veces me llena los huevos. Bah. Delirios de viejo, debe ser.
Lo bueno de la crisis económica mundial es que nadie tiene nada asegurado, y los que siempre tuvieron, por no tener, sufren más que los que nunca tuvimos mucho. O casi nada. Mal de muchos, consuelo de tontos. Algo así. No sé. Pienso –escribo- en voz alta, sin meditar demasiado lo que escribo.
Me gusta ser transparente… a muchos no les hace gracia, debo decir. Como cuando insisten en colgarse medallas, o tratan de venderte algo que, vamos, todos saben que no es así. Pero los tipos insisten. “Mi bar es una institución…”; “Mi guitarra suena mejor que la tuya…”; “Mi teatro es el que tiene mejor acústica…”; “Mi chiringuito es donde mejor ponen los mojitos…” Que pelotudez. No me importa flaco. De verdad, no me importa. Si cantás en el Carnegie Hall, si sales en los diarios o lo que fuera. Lo digo de verdad. No me importa. Solo quiero vivir en paz y ser feliz. Hace mucho olvidé los sueños de gloria, o de querer ser famoso y millonario.
Se lo decía hace un tiempo a una piba trovadora amiga: “yo podría hoy irme a Madrid, y grabar un disco con fulano y mengano… y zutano también… ” Ella me miraba con ojos asombrados. “Pero me da pereza. No tengo ganas…”  Más asombro. No lo digo desde la vanidad. Sino, desde la pereza. Desde el no tener dinero para tomarme una semana y tener que andar llamando. Sobre todo, eso. Andar llamando a mengano o zutano. Que se yo. “Porque no me han visto, lamer la coyunta. Ni andar hociqueando, pa´ hacerme de un peso. Porque a todos ellos le han puesto la marca, y tienen envidia de verme orejano...”, como decía el poema de Serafín García que inmortalizó Jorge Cafrune. Lo digo de verdad. No es pose.
Me da pereza y no tengo ganas de gastar un pastón en grabar un disco como se debe, en un estudio de verdad. No. Prefiero gastarme ese dinero en viajar, por ejemplo, que me llena el alma de mariposas. Se lo dije a un amigo de Resistencia hace poco, ilusionadísimo él porque “¡por fin estoy grabando mi disco! Voy a  gastarme una pasta, pero van a tocar fulano, zutano…”, y yo le dije, al paso, y sin anestesia: “Y después, ¿Qué? ¿Vas a gastarte otra pasta en la edición?, ¿otro montón de pasta en la distribución, y un montón más grande mosca aún en la promoción y difusión radial de tu disco? Porque, sino, lo haces, no se va a enterar ni el potito. Eso, sin contar con que nadie compra discos ya, así que, ¿te merece la pena semejante gasto?...” Se quedó mudo, claro, estuve un poco brusco. Pero es lo que siento, no puedo ir contra eso.
Es lo que ocurre hoy. Por eso los conocidos de antes, son más conocidos ahora. Las pocas discográficas que aún sobreviven, invierten dinero en difusión de artistas ya conocidos, es decir, los hacen más conocidos aún. Por eso suenan los Juanes, los Shakira, los Alejandro Sanz, los Sabina, los Serrat… y ojo: los difunden, los posicionan. Pero eso no implica que vendan discos. Lo que ocurre es que hace tiempo ya que las discográficas van prendidas en un porcentaje de los conciertos, entonces, cuántos más conciertos tengan Serrat y Sabina, por ejemplo, más dinero se gana, independientemente de que vendas más o menos discos. Que ya no se venden, insisto.
Pero les da lo mismo. Porque, además, ellos mismos están presionados por la necesidad. Es decir, la permanencia (o no), de cualquier ejecutivo de una discográfica, depende, cada vez más y día a día, de lo que se venda en cada lanzamiento. Es decir: si se alcanzan  los objetivos, bueno, tienes trabajo hasta el próximo disco o lanzamiento. ¿No se alcanzan los objetivos de mínima? A la puta calle, es así de sencillo. Nadie tiene tiempo para esperar. Nadie edita a un nuevo artista, y le dice, por ejemplo. “Tranquilo, arrancaste bien, vamos a ver si subimos un poco con el segundo disco, y luego, ya con el tercero, te posicionas…”, como era hace 20 años. No. Ahora te editan un disco, si vos mismo consigues los auspiciantes que pongan el dinero para justificar la edición, te dan un mínimo pautado, y si no picas, sino arrancas vendiendo mucho, alpiste. Te devuelven el contrato y fin de tu carrera artística. Perdiste el dinero invertido y chau. Es así de duro, es así de sencillo.
Y yo no tengo ninguna gana de entrar en esa. O de que un ejecutivo de 30 años, por ejemplo, hijo del primo del tío de no sé quien, que por eso lo pusieron allí, pero el tipo no tiene idea de nada, menos de tocar la guitarra o escribir una canción, me diga lo que tengo que hacer. O peor aún, me exija hacerlo.
Por mí se van a cagar, así de simple.
Después, están los “despueses”: nunca serví para andar detrás de nadie, diciéndole “me gusta lo que haces, quiero tocar con vos, quiero grabar con vos, ¿me dejas que te ayude con los instrumentos?, ¿puedo acompañarte a tu próximo show? ¿Puedo acompañarte  a tal programada de radio? ¿O de de televisión?...” No. Nunca serví para eso.
Les pongo un ejemplo. Yo tenía 9 o 10 años, y jugaba a las bolitas en Puerto Tirol, allá en el Chaco, cantando “El rey lloró” o “la Balsa”. Evidentemente, entonces, grabar con Litto Nebbia, por poner un ejemplo, significó mucho para mí. Pero yo nunca anduve detrás de Litto para que él me invite a grabar, me edite un disco, me invitara a cantar o lo que fuera. Alquilé su estudio porque el me lo ofreció  -como debe ofrecérselo a todo el mundo, porque es su negocio-, y luego lo invité a poner unas teclas en un tema. Punto. Cuando nos vemos, nos abrazamos, nos preguntamos por nuestras cosas, y nos ponemos a charlar como si nos hubiéramos visto ayer. Y luego cada uno sigue con su vida. Porque así es como siento que debe ser. Sea Nebbia, Aute, Rafael Amor, Moris, o quien sea. Ellos tienen su vida, yo estoy viviendo la mía. Siempre lo tuve súper claro. Los admiro, y trato con respeto. Punto. Pero ellos son ellos y yo soy yo. No voy a andar hociqueando detrás de ellos –ni de nadie- para conseguir algo.
Me pasa también con otra gente, pero al revés: prefiero no conocerlos.
¿Otro ejemplo? Patricio Hermosilla Spaak, fantástico músico, excelente persona, lo conozco desde que tenía meses, es hijo de un querido amigo que ya no está, César Hermosilla Spaak.
Ahora bien, respeto a Patricio por lo que es, más allá del afecto, porque es músico. Y de los buenos. Si se hubiera dedicado al periodismo, al dibujo, por ejemplo, no podría compararlo con su padre. Jamás. Sencillamente porque no sería honesto con él. Infiero, lo mismo debe pasarle a cualquiera de los hijos de Paul Mc Cartney, por ejemplo. Imagínense un hijo suyo que quiera dedicarse a la música… ¿con quién lo vas a comparar? Es injusto, pero es así. Jamás podría compararlo con el padre. Por más que me dijeran: “Pero mira que el pibe escribe bien, toca bien, canta bien, escribe lindas canciones…” “¿Ah, si? No me jodas. Prefiero al padre…”
Es así. No hay vuelta de hoja con esto. No sería honesto si dijera lo contrario.
Cambio de tercio. Alguna vez, muchos años atrás, el “Conejo” José Luis García me dijo algo que siempre me quedó: “Ustedes estaban adelantados como 20 años cuando producían conciertos en el Chaco. Eso de organizar shows y obligarnos a poner un artista local como número previo, que hacía temas propios,  no lo hacía nadie en esa época, solamente los rosarinos y ustedes…”
Que bueno. Pa´ lo que sirvió. Pero fue divertido. Y además, fue conciente. Eso era lo bueno. Me pasa a mí aún hoy: voy a ver a un grupo, por ejemplo, y salen cantando… ¡en inglés! Un tema, dos, medio concierto, TODO el concierto… pero tío… estamos en España, en el 2012, ¿cómo vas a cantar en inglés? Un tema, tres, cuatro, vale, como homenaje, porque te gusta, lo que sea, pero, ¿todo el concierto? ¿No tienes nada que decir? ¿No tienes temas propios? “Es que nosotros hacemos blues…” ¿Y que?, me cachis. ¿No puedes hacer blues en castellano? ¿No escuchaste a Moris, a Manal, a Vox Dei?...” No, claro. Si estamos en España, claro. Pero, a ver, es sentido común. Porque, después pasa lo que pasa. “¿Sabes que es más aburrido que un concierto de blues…”, me dijo un querido periodista granadino hace unos años… No, le respondí. “¡Un festival de blues!”, me dijo. Tenía razón. Porque una cosa es una cosa, y otra es otra.
Es decir, no por tocar rock o blues, vas a ser menos aburrido que un “cansautor”. Hay rockeros entretenidos, y otros muy aburridos. Hay cantautores (o trovadores) aburridísimos, y otros que realmente valen la pena. Insisto: una cosa no quita la otra. Eso de las poses del rock, los tics, las formas de pararse, lo que dicen, lo que no dicen… No sé, debo estar volviéndome viejo, simplemente.
Es como esa gente que piensa que, para ser de izquierda, debes llevar barba, boina, fumar pipa y ser un tipo serio o aburrido, ¿Qué tiene una cosa que ver con la otra? Ah, los estereotipos…
Cuando fumaba, mi madre siempre me decía: “Ay, hijo, ¿por que en vez de fumar, no te comes una onza de chocolate? ¿O algún otro dulce? Hasta el café es más sano que el cigarrillo…”, y yo le respondía: “Tenés razón. Pero yo me como el postre, me tomo el café, luego un chocolate, luego me fumo los cigarrillos que quiera, ¿sabes? Porque de la vida no quiero perderme nada, ni lo que sobra…”
Sigo pensado igual, aunque ya no fume. Detesto a los tibios, eso es lo que quería decir, y no me salía de entrada. Esos que le piden permiso a un pié para mover el otro. Esos que se callan la opinión cuando ven un lindo culo, y no lo dicen. O unas buenas tetas. Hasta otra.

© Mario Ojeda, Granada




martes, 5 de julio de 2011

Conversaciones con mi odontólogo


Acabo de llegar del dentista, adonde fui a sacarme una muela. Y ya que no puedo cantar, ni grabar: escribo. Por cierto, mi odontólogo es rockero: toca la guitarra.
Empezó con un Marshall y una Telecaster México. Después, se compró una  Gretsch, de las grandes, de verdad, digamos. Y ahora la vendió y se compró una Gibson les Paul Custom, la negra: ahí es nada.
Siempre me pregunta por mis shows: “¿Y, Mario? ¿Cómo van esos conciertos? ¿Cuándo vas a ser tapa de la Rolling Stone…?”, me dijo hoy al recibirme. Sonreí, y le dije: “¡Pero eso no es difícil! ¡Sólo hace falta dinero!...” ¿En serio?, me dice… ¿acaso Lady Gaga o Amy Weinghouse pagan por salir en la Rolling Stone española?...” Me reí otra vez: “Ellas no, claro. Ya inviertieron bastante en ellas sus compañías discográficas. Y luego, como de acá se mira para allá, van directamente a la tapa. Pero, además –volví a insistir-, Lady Gaga en la tapa vende mucho más que Mario Ojeda o Juan Pelota, por eso las ponen… “Que mundo ese de la música, ¿no, Mario?...” me dijo.
Sonreí otra vez… “Es cruel, si. Pero, en el fondo, no es más que un gran negocio. El problema es cuando se confunden los tantos. Una cosa es la música. Otra, el negocio de la música. O el de los intermediarios, que es peor. Basta con ver lo que psa con la SGAE…”, le dije, anticipándome unos días a lo que saltó después, aunque era un secreto a voces los mal manejos y desmanejos –o manejos en beneficio de unos pocos- de una gente acostumbrada a vivir del trabajo de los demás. Pero esto, lamentablemente, ocurre en todos los ámbitos. En los que fabrican instrumentos, en los que hacen zapatillas… no deja de ser un neo capitalismo encarnizado, y pareciera no haber vuelta atrás, no al menos por el momento.
Ayer nomás, leía una pequeña columna que escribía un periodista, ahora no recuerdo el nombre, en el periódico “20 minutos”: El tipo planteaba más o menos lo mismo que vengo sosteniendo dede hace años. Hoy por hoy, cualquiera puede grabar un disco en su casa, con un buen ordenador, un par de micrófonos, y otras tantas guitarras. Ahora, quiénes deciden quiénes se escuchan y quiénes no, siguen siendo cuatro gatos. Los dueños de las discográficas, los dueños del kiosco, en suma. Ellos son quiénes disponen cuánto dinero se invierte en difusión de una Shakira, de un Juanes, de un Alejandro Sanz, de un Sabina, o quien sea.
A los clásicos, se les respeta. Algunos de ellos, todavía tienen un público fiel, que consumen sus conciertos, y a veces hasta compran algunos discos (Serrat o Luis Eduardo Aute, por nombrar a los dos primeros que me vienen a la cabeza…)
Pero, trascender, lo que se dice trascender, trascienden muy pocos. Y de esos pocos, menos son aún artistas noveles. Y la razón es muy sencilla: cuesta mucho dinero imponer comercialmente a un nuevo artista. Es mucho más cómodo (y barato y rentable), difundir a un artista ya establecido, conocido, digamos, que invertir en desarrollar un artista nuevo. ¿Conclusión? Los que siguen teniendo éxito son los mismos 20 gatos de siempre. Ocurre en España, en México, en Argentina, en todos lados. No es una cuestión de talento. Es una cuestión comercial, y punto pelota. Para un ejecutivo exitoso de una discográfica, lo que vende –discos- tiene el mismo valor que un perfume o un desodorante: es un producto. Se trata de vender la mayor cantidad posible de copias de ese producto. No les importa el hecho artístico. Nunca les importó. Es sólo que, años atrás, entre toda esa gran masa de productos discográficos que invadían el mercado, siempre había lugar para alguna perla: Los Beatles, Sinatra, Elvis o quien sea.
Ahora ya no. Con la masificación, vino el bastardeo. Ya no importa lo que se vende, ni cómo se vende. Importa, sencillamente, cuanto se vende.
El error, otra vez, es pensar, ingenuamente, que eso se puede combatir desde afuera. “Yo no entro en esa”, como dicen algunos. “Yo grabo mis discos, y luego los vendo en mis conciertos, y ya”. Y no es que esté mal. Pero así jamás vas a trascender, macho. Jamás podrás aspirar a vivir de la música.
Podrás vivir de la docencia. De enseñar a tocar la guitarra o a cantar. Ingresarás algún dinero mensual –escaso- por la venta de esos discos. Pero no mucho más. Deberás seguir trabajando en otra cosa para vivir.
Como decía una vez el viejo Lemmy, de Motorhead: “El único país del mundo donde puedes vivir realmente la historia del rocanrol, es Estados Unidos. No es Inglaterra, no es España y, definitivamente, no es la Argentina ni Latinoamérica…” Y tenía razón. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, como cantaba Serrat alguna vez.
Hace unos días, Henry Kissinger, el viejo turro, decía en una conferencia en China: “En la época de la revolución industrial, Inglaterra vendía maquinaria peasda al resto del mundo, y por eso dominaban el mercado, era los líderes del mundo. Hacia 1947, con el plan Marshall, todo el mundo le debía dinero  Estados Unidos, y eso les sirvió para convertirse en potencia dominante. Hoy por hoy, y aunque este cambio será gradual, China se está conviertiendo en el mayor acreedor del mundo. Es decir, tienen todo lo necesario para convertirse en el próximolider mundial hacia el 2050…”
Quizás sea cuestión, nomás, de aprender a hablar en chino. O casarse ya mismo con una mujer china, aunque yo esté ya un poco mayor para ello, y no voy a llegar a verlo. Digo, supongo, estimo, no sé.
Mientras tanto, no tengan dudas, seguiré tocando la guitarra y escribiendo canciones, que de eso se trata. Bastante más jodido sería un mundo sin canciones, asi que yo tengo que hacer la parte que me toca.
Hasta otra vez.

© Mario Ojeda, Granada, 5/7/2010

domingo, 26 de junio de 2011

Sobre aciertos y deslices

Decía cierta vez el siempre recordado Oscar “Ringo” Bonavena, un boxeador peso pesado argentino que llegó a pelear y poner en aprietos a Cassius Clay, allá, por 1970. “Miren si será jodido este oficio que, cuando se apagan las luces, te dejan sólo fente a un negro que te quiere matar a puñetazos… y hasta el banquito te sacan del rincón, como para que no puedas escapar. Así que no te queda otra: sales a matar o morir…” Salvando las distancias, siempre sostuve que, con la música, ocurre más o menos lo mismo: en el momento en que se apagan las luces, te quedas solo frente al público, frente al “monstruo”, como le dicen en Viña del Mar, y allí se acaban las palabras, los reportajes, las notas de prensa, el dinero invertido en publicidad… allí se acaba todo: tienes que ganar o perder, con tus propias armas. Cuando uno escribe una canción, antes o después, termina exponiéndose. No importa si es una canción de amor a tu mamá, a tu novia, al perro (o perra) de la vecina, o lo que sea: estás ahí, solo frente al monstruo. Y las palabras se terminan, lo mismo que las excusas. A ésta altura de mi vida, la verdad, no es esto la parte que más me preocupa. Bah, nunca me preocupó, en verdad: siempre me sentí seguro de lo que hacía, sino, aún estaría en Resistencia, actuando 4 o 5 veces al año en algún bar, trabajando en otra cosa para vivir. No, me joden las excusas de los demás. Hay un punto, reitero, en que se apagan las luces, y uno tiene que pelar. Demostrar cuán capaz es. Y me hinchan sobre manera la paciencia esos pseudo artistas que, precisamente, cuando se apagan las luces, tocan mal, fuera de tiempo, equivocándose los acordes, cantando a veces afinado y otras no tanto –o mal, directamente-; los que, cuando ellos suben, te dicen “acompañame…”, pero no te pasaron los acordes, y uno pela, y zafa, claro que zafa, porque son mucho años ya haciéndolo, y uno tiene el oficio, o siempre tuvo con qué, y recurre al oído, o a poner caras, lo que sea, pero zafa. Ahora, eso sí, cuando ocurre al revés, y es el otro, el “artista”, el “consagrado” quien debe seguirte, automáticamente ves como el tipo deja de tocar, cuando no apoya directamente a su lado la guitarra, y te mira con aire condescendiente, como haciendo que te escucha cantar, y en verdad, su mente está a kilómetros de allí, o al menos a unos cuántos metros, en la taquilla, pensando “¿cuánto dinero habré ganado hoy?...”, mientras quien tiene que esmerarse y ganarse al público con la mierda que hace, es uno, que al otro no, que no le hace falta, porque ha tenido difusión radial y publicitaria durante años, y aún la tiene. Menos, pero la tiene. Entonces, sus canciones se conocen, y la gente las canta con él, o al menos las escucha, si son nuevas, porque el tipo ya tiene un nombre ganado, cosa que, obviamente, no es tu caso. Esas cosas me tienen las bolas llenas. ¿Saben cuán larga es la lista de tipos “conocidos” que he tratado en estos 35 y pico de años de andar dando vueltas con mi guitarra y cantando por ahí? Sin embargo, uno tiene que seguir peleando por ganarse un lugar, porque reconozcan tu oficio, porque, al menos, te respeten. Y a veces me aburro, y quiero mandarlos a cagar. A todos: a los conocidos, a lo que no, a los que empiezan; a los que dicen ser, pero son incapaces de seguirte en un triste blues de 12 compases pedorros… pero, digo, pienso, pregunto..¿Por qué no se van a cagar? En fin. Que a veces quiero ser un poco más diplomático, ¿eh? Pero no me sale. Quiero, insisto, pero no puedo. “Porque no me han visto, lamer la coyunda, ni andar hociqueando para hacerme de un peso…”, como cantaba el “Turco” Cafrune en su siempre recordada versión de “El orejano”, del uruguayo Serafín García, “porque a todos ellos le han puesto la marca, y tienen envidia de verme orejano…” Esta historia de pretender vivir de la música tiene sus bemoles, ¿eh? Siempre lo supe, en cualqueir caso, no me estoy lamentando por eso. En todo caso, sirvan éstas líneas como consejo o recomendación para la gente que está empezando ahora, o empezó hace unos años, como mi propia hija, que quiere ser artista, y yo no puedo cambiar su sentir, y medio en broma, medio en serio, le digo siempre. “Búscate un trabajo estable, de 9 a 5, y deja la guitarra para tus ratos libres, porque te vas a morir de hambre con esto…” Y es cierto, además, pero ella eligió. Yo ni siquiera le enseñé jamás un acorde, menos puedo ahora, por más que intento, hacerla cambiar de opinión. Porque la verdad es esa: no hay vuelta atrás. El arte es una necesidad vital. Para los verdaderos artistas, claro. Y, al fin y al cabo, ¿quién soy yo para determinar quién lo es o quien no? Puedo tener mi opinión, claro. Y es una opinión válida, por un lado, ycon cierta perspectiva, por otro: son muchos años de venir haciéndolo. Pero eso no me hace mejor. No. Me da derecho a opinar, simplemente. Quiero decir, uno escucha cantar a alguien, muchas veces. Y algún amigo o conocido viene y te pregunta. “Y, ¿Qué te pareció?...” Si respondés: “horrible”, quedás como un maleducado. Si decís, “está bien, pero aún le falta madurar…”, quedás como un soberbio. Así que muchas veces, la mayoría, si alguno –que no te conoce mucho- te pregunta esto, uno suele reponder. “lindo, si, bueno, algunas cosas canciones me gustaron más, otra menos…”, con lo cual, ciertamente, pecas de hipócrita pero al menos con cierta dignidad, y no te mojas demasiado. Porque aparte, y no jodamos que ésto es cierto, muchas veces uno escucha a un pibe cantar, por ejemplo, y te resulta una porquería. Pero, de golpe, pasan 4 o 5 años, y el destino te lo vuelve a cruzar, y resulta que ahora el pibe ahora canta fenómeno, toca muy bien, y así, porque se preocupó por estudiar y mejorar, entonces, insisto, ¿quién es uno para ponerse a jzgar a los demás? La verdad es que, a ésta altura, y sin pretender pecar de soberbio, solamente me interesa lo que yo hago. Escucho a veces otras cosas, claro está, gente que me impactó en mi adolescencia, qué se yo: los Creedence, Los Zeepelin, Beatles, Elvis o quien sea pero, a la hora de la verdad, suelo responder lo mismo que me dijo el gran Moris a mí, cuando grabamos un par de canciones juntos, allá por 1996: “Yo no escucho música, Mario, yo hago música, que es una cosa muy distinta...” Y en eso estoy, simplemente. Hasta la próxima vez. © Mario Ojeda, Granada, 26/6/2011

sábado, 5 de febrero de 2011

De generosidades y otras yerbas

Dicen mis amigos que de adolescente, jugaba muy bien al fútbol. Debe ser cierto. Me gusta, al menos, creer que era así. Pero había que entrenar… ¡te hacían dar dos o más vueltas alrededor de la cancha grande!... para calentar…Y después: flexiones, abdominales, elongaciones, ejercicios asimétricos, etc. Un garcha. Por eso –entre otras cosas-, dejé de jugar con actitud profesional. Años depués, leía en una revista deportiva, una famosa anécdota de César Luis Menotti, de la época que era el “5” de Boca Juniors. Resulta que, durante un partido donde el recordado “Tanque” Alfredo Rojas le recriminó porque no había corrido más en tal jugada para recuperar la pelota, y el flaco respondió: “¡Pará, Tanque!, lo único que faltaba: a ver ahora si para jugar bien al fúbol hay que correr…” Me acuerdo de esa frase cada vez que veo jugar a Riquelme, por ejemplo, confirmando la sentencia de Menotti.
Con las artes marciales me ocurrió lo mismo: hice yudo, taekwondo, karate, kung fú, en una época en que tales prácticas era poco menos que misteriosas. Se me daba bien, la verdad. Hace poco me escribía un mail Abelardo Benzaquen, a la zazón, hoy 5to Dan de TaeKwonDo en Argentina, y una de las referencias a nivel nordestino de éste arte marcial coreano, y me decía: “Tenías un talento natural increíble para esto, amigo. No sé porqué no seguiste…” ¡Porque había que entrenar, Lalo!... le respondí: otra vez esa historia de abdominales, flexiones, estiramientos… no, eso no era para mí.
Por eso me dediqué a la guitarra: me resultaba atractivo y absolutamente despreocupado escribir canciones. Quizás, incluso, más el escribir que el tocar la guitarra. Me lo dijo hace poco vía mail otro cantautor amigo, Alberto Caleris, quien vive hace una pila de años en Quito, Ecuador: “Escribís bien, quizás te equivocaste de oficio, che…” Ya. Les digo más: es probable que hasta tenga razón. Lo cual hubiese confirmado totalmente mi vocación casi plena por una vida absolutamente sedentaria, dándole, además, una vez más la razón a mi viejo cuando decía: “¡pero a éste no le gusta trabajar!...”
Pero en realidad si. Sólo basta mirar un poco atrás, en éstos treinta años, para darse una idea de que, si, puede que no me guste, pero que nunca dejé de laburar. Sobre todo, porque trabajar en lo mío, no es un trabajo para mí. Puedo pasarme doce horas seguidas escribiendo, o grabando, o produciendo un concierto. Cuando acabo, terminas desmayado, claro está. Pero antes no.
Y, en el fondo, vamos llegando al quid de la cuestión.
Varias veces a lo largo de éstos años, me han agradecido, directa o indirectamente, mi supuesta “generosidad”… ¿Respecto a qué?, he preguntado. Y me han dicho: “porque sí, porque no te guardas data, porque la compartís, porque nunca tienes problema en pasar el teléfono de un contacto, de un bar, de un lugar donde tocar, lo que sea. Es más, muchas veces hablás directamente vos, y nos conseguiste cosas…” Ah, era eso. Bueno, respondo: “Mirá, loco, es cuestión de sentido común –que todo el mundo sabe que es el menos común de lo sentidos-. En primer lugar, sino te pasa la data yo, antes o después te la pasará otro, y no quiero quedar como un reverendo egoísta al pedo. Eso, para empezar. En segundo término, yo no puedo tocar en el mismo bar más de 3 o 4 veces al año, porque la gente –y el dueño- se aburrirían de mí, asi que, ¿Qué tiene de malo para mí pasar esa data?...” Y finalmente, desde la escuela primaria, la escuelita 26, allá en Resistencia, Chaco, mis maestras me enseñaron - lo mismo que mis padres y mis abuelos en mi casa-, que palabras como responsabilidad, compromiso, lealtad, fidelidad, etc., no eran palabras vacuas. Yo crecí y soy así, lo siento mucho. No puedo ser de otra manera. Es muy fácil ser generoso con lo que te sobra. Pero eso, en realidad, no es generosidad. Lo jodido es tener sólo un tomate en tu heladera, un huevo, y media taza de arroz blanco hervido, y que venga algún amigo a comer, y vos lo invites, y compartas eso que, en realidad, debía alcanzarte para vivir dos días. Eso ser generoso: compartir lo poco que tengas. No regalar lo que te sobra, con aire de suficiencia. Eso no es generosidad. Eso es una puta mierda.
Hablar de lealtad, de fidelidad a una idea, de ser consecuente, es fácil pero vacío si no lo aplicas luego. Si hablas de “vamos a tirar de éste carro juntos”, y los bolos que consigo yo, los compartimos. Pero los conciertos que vos conseguís, los hacés solamente vos, ahí no estás tirando del carro conmigo. Estás siendo egoísta.
Prometer llegar a horario, por ejemplo, y después no venir, o llegar tarde, eso no es responsabilidad. O prometer cualquier otra cosa, y llegado el momento decir, “ah, lo siento, no puedo hacerlo”, eso no es ser responsable.Tomar el compromiso de ensayar, por ejemplo, y después inventarte excusas, y no venir, eso no es tomar partido o compromiso con algo. Mantenerte trabajando siempre con la misma gente, en vez de abrir tu cabeza para trabajar con otros, que incluso podrían hacerte el trabajo mejor o más barato, eso no es lealtad. Eso es boludez, directamente. Y las culpas siempre las terminan pagando otros. Porque uno debe serle leal a la gente que está con uno, en la trinchera, no con soldados del otro bando. Ni siquiera aunque sean soldados de tu bando, pero de otra trinchera. No. Uno debe serle leal y cuidarle el culo al tipo que está al lado tuyo, en la misma trinchera, porque ése es quien puede salvarte el tuyo llegado el momento. O dejarte tirado en el medio del campo de batalla, porque no le fuiste leal. Es así de sencillo.
Así no todo es cuestión de generosidad, compromiso o lo que sea. Es cuestión de actitud, como siempre digo. Ya, que no todo el mundo tiene actitud. Pero es la base de todo. De nda isrve que seas el guitarrista más rapido de la historia, si te paras mal en un escenario, o sólo tocas para lucirte, en vez de en pos de la canción. Tocar cualquier insturmento debería ser como dialogar: hay pausas, y espacios, y silencios, para meditar lo dicho, para que el otro medite sobre lo que has dicho, para que quien esté dialogando –o tocando- con vos, pueda meter un bocadillo. O algún fraseo de saxo o de piano, por ejemplo. Si solamente hablas vos, macho, va a llegar un momento en que nadie va a querer dialgoar con eso. Sobre todo, sino quieres escuchar. O haces como que escuchas y prestas atención, pero luego vas a tu puta bola. Y encima lo haes mal, precisamente por no haber escuchado.
Porque llegará el momento en que “la fábula acabe”, como digo en una canción, y te va a encontrar más solo que la una, y sin tiempo ni lugar para arrepentimientos. Porque, además, y como en aquella fábula del pastorcito mentiroso, cuando digas “¡ahora es verdad, vengan a ayudarme!”, nadie te va a dar bola ya.
Y eso puede pasarte en unos años, en unos días, o mañana mismo, quien sabe.
Hasta otra vez.
© Mario Ojeda, Granada, 5/02/2011

miércoles, 2 de febrero de 2011

Algunas consideraciones elementales


Tener la posibilidad cierta de dedicarse exclusivamente a lo que a uno le apetece, puede deberse básicamente a tres condiciones esenciales: o ganas la loteria, o tienes mucho talento y sobre todo mucha suerte, o heredas una empresa familiar, en donde entres por la ventana al mercado laboral, y eso te deje dinero para vivir cómodamente, y dedicarte a lo que te gusta en tus ratos libres – sea eso lo que sea: la música, la pintura, la astronomía, la escultura o jugar a los autitos electricos-
En muchos casos, ocurre que lo que a uno le gusta da inmediatos réditos comerciales. Por ejemplo, si te gusta el comercio, los negocios, seguramente a los 17 o 18 años, ya vas a estar trabajando y negociando. Así, quizás a los 25 años tengas una buena posición económica, y puedas ganar aún más dinero haciendo lo que te gusta: comerciar.  Y ya se sabe: el dinero llama al dinero, asi que, con un mínimo de creatividad, y algo de suerte, si juntaste algún dinero para esa edad, vas a seguir ganando dinero, tan sencillo como eso.
Pero si no tienes esa vocación, es decir, si el dinero en sí mismo nunca ha sido –ni es-, algo que te quite el sueño, indefectiblemente vas a tener que trabajar para juntarlo, para poder tener las pequeñas cosas necesarias para vivir, ya sabes, pagar el alquiler (o mejor aún: la hipoteca de tu propia casa), tener un auto, poder tomarte vacaciones un par de veces al año, poner comida en la heladera, vestirte alimentar y pagar la educación de tus hijos, etc.
Alguien me dijo cierta vez que el dinero se junta igual que la basura: si vos haces un bollito con un billete todos los días, y los vas arrojando a algún rincón, cuando quieras acordarte, vas a tener disponible un montón de dinero ahorrado –o un montón de basura acumulada, que para el caso, como ejemplo, es lo mismo-
En el resto de los casos, tu vida va a ser un constante zigzagueo entre el hambre, y las ganas de comer, como siempre digo. Es ciertamente improbable por otra parte que, viviendo así, puedas ahorrar dinero para gastar en otros proyectos, cualquiera sean estos (un viaje, un coche nuevo, una guitarra, ni siquiera una mísera bicicleta)
Y contra esto, no hay nada que hacerle. O sí: tener claro, desde un principio, a que te vas a dedicar. Si a vivir o a hacer dinero, así de sencillo. En países con una cierta economía estable, es muy común que, por ejemplo, puedas encontrar una oportunidad laboral que te permita hacer ambas cosas, es decir, vivir y hacer lo que te gusta en los ratos libres. En esos mismos países, por seguir con el ejemplo, siempre hay un inversor, con dinero, dispuesto a financiar tus proyectos.
Por ejemplo, te inventas un telefono portátil, y registras la patente (y estoy hablando básicamente de USA o el Reino Unido), si buscas un inversor, lo vas a encontrar. Y quizás en algunos años seas millonario. Cosa que no es tan fácil tampoco: le pasa a algunos, pero al resto no. Es como los futbolistas: hay muchos buenos jugadores dando vueltas por ahí. Pero si quieres ser futbolista profesional, tienes que estar dispuesto a entrenar, revalorizar tu capacidad futbolística, digamos, con otros 200 pibes más. Presentarte a una prueba en un club de fútbol profesional, tener la suerte –para empezar-, de ser fichado. Luego, seguir un derrotero natural por las divisiones inferiores (teniendo la suerte, otra vez, de no sufrir ninguna lesión de importancia que te deje en el camino), y debutar en primera haciendo un par de goles al menos. Así, puedes asegurarte un contrato económico mas interesante que el resto –teniendo, una vez mas, la suerte para ello), y luego tratar de mantenerte jugando en primera –y destacándote-, para tener la posibilidad – si el azar lo permite una vez más- , de que te compre algún club de fútbol importante, y sobre todo, con mucho poder económico-, para poder ir a jugar allí, siempre y cuando debutes haciendo un par de goles, cosa de asegurarte –una vez más-, un buen contrato.
Demasiadas coincidencias o casualidades azarozas, como se puede apreciar. ¿Qué ocurren? ¡Claro que ocurren! Zidane, Pele, Maradona, etc., son todos ejemplos de futbolistas que no tenían otra posibilidad para destacarse en la vida que jugar al fútbol, y la pelota los sacó de la miseria, y los hizo millonarios. Pero son las excepciones que confirman la regla, no la realidad habitual.
Y el mundo sigue girando, lo digo siempre. Pero hay que tener en claro todas estas cosas, para no sufrir en demasía. Saber de antemano que el camino es “largo y sinuoso”, como cantaban Los Beatles. “Que el éxito no te imuniza contra los golpes de la vida”, como decía el mismo Mc Cartney hablando del cáncer que le costo la vida  a su mujer Linda, y que tambien “el mundo está lleno de hijos de puta”, como cantaba Fito Páez, que van a meterse siempre en tu camino para joderte la vida. Sean personas de a pie, gente como uno, digamos, o políticos o gobernantes que van a cambiarte las reglas de juego de un día para otro, y sin avisar, con lo cual puedes pasar perfectamente –y sobran ejemplos -, de tener mucho a no tener nada. O de despertar una mañana – o muchas -, absolutamente estresado o directamente deseperado por no saber adónde fue a parar tu dinero, porque se lo quedó el banco. O que pasó con el, porque te lo licuó alguna hiper inflación.
La vida, en suma. Pero hay que tenerlo claro para no sufrir demasiado.
Y ya para irnos, les dejo algunos pensamientos de Jose Saramago, recientemente fallecido, como para no perder vista ciertos conceptos:
“El autor de “Ensayo sobre la ceguera”, reconoció que no tiene ninguna ilusión respecto a la
condición humana, y censuró los intentos de controlar la llegada de emigrantes a Europa. “La
necesidad de vivir no puede ser controlada, afirmó, ni con murallas, ni con metralletas…”
El escritor se quejó de la nula atención que reciben los derechos básicos del hombre una vez
superados los homenajes del cincuentenario de su declaración universal: “Esperaremos pacientemente a que pasen 48 años más..”, ironizó.
“El integrismo religioso, el egoísmo, la confianza desmedida en conceptos como pueblo, patria y democracia, la globalización o el abocamiento hacia la era de la burocratización total…”, sustentan buena parte del escepticismo del escritor portugués.
Saramago lamentó “la intolerancia de las religiones, que es la más absurda de todas las
Intolerancias…”, y mantuvo que “matar en nombre de Dios es hacer de Dios un asesino”. Los
nacionalismos también tuvieron su reprobación en la intervención del Nobel: “La patria es
mucho más el tiempo en que vivimos, que el lugar donde hemos nacido”, aseveró, para luego
apostillar que la idea de ser ciudadano del mundo es una tontería, porque “nadie puede ser
llamado ciudadano de Ruanda, Etiopía o Sierra Leona”.
Para concluir: “Entre las idealizaciones más nocivas está la idealización del
Pueblo”, explicando luego que “todo el mundo es responsable de lo que ocurre a su alrededor,
aunque muchas veces se haga lo posible para no pensar en ello…”
Y sentenció: “Nuestro poder, que es el voto, no llega a cambiar nada en el poder real, que es el poder económico y financiero…”
Ahí queda dicho.
Hasta otra vez.

© Mario Ojeda, Granada, 19/6/2010