sábado, 5 de febrero de 2011

De generosidades y otras yerbas

Dicen mis amigos que de adolescente, jugaba muy bien al fútbol. Debe ser cierto. Me gusta, al menos, creer que era así. Pero había que entrenar… ¡te hacían dar dos o más vueltas alrededor de la cancha grande!... para calentar…Y después: flexiones, abdominales, elongaciones, ejercicios asimétricos, etc. Un garcha. Por eso –entre otras cosas-, dejé de jugar con actitud profesional. Años depués, leía en una revista deportiva, una famosa anécdota de César Luis Menotti, de la época que era el “5” de Boca Juniors. Resulta que, durante un partido donde el recordado “Tanque” Alfredo Rojas le recriminó porque no había corrido más en tal jugada para recuperar la pelota, y el flaco respondió: “¡Pará, Tanque!, lo único que faltaba: a ver ahora si para jugar bien al fúbol hay que correr…” Me acuerdo de esa frase cada vez que veo jugar a Riquelme, por ejemplo, confirmando la sentencia de Menotti.
Con las artes marciales me ocurrió lo mismo: hice yudo, taekwondo, karate, kung fú, en una época en que tales prácticas era poco menos que misteriosas. Se me daba bien, la verdad. Hace poco me escribía un mail Abelardo Benzaquen, a la zazón, hoy 5to Dan de TaeKwonDo en Argentina, y una de las referencias a nivel nordestino de éste arte marcial coreano, y me decía: “Tenías un talento natural increíble para esto, amigo. No sé porqué no seguiste…” ¡Porque había que entrenar, Lalo!... le respondí: otra vez esa historia de abdominales, flexiones, estiramientos… no, eso no era para mí.
Por eso me dediqué a la guitarra: me resultaba atractivo y absolutamente despreocupado escribir canciones. Quizás, incluso, más el escribir que el tocar la guitarra. Me lo dijo hace poco vía mail otro cantautor amigo, Alberto Caleris, quien vive hace una pila de años en Quito, Ecuador: “Escribís bien, quizás te equivocaste de oficio, che…” Ya. Les digo más: es probable que hasta tenga razón. Lo cual hubiese confirmado totalmente mi vocación casi plena por una vida absolutamente sedentaria, dándole, además, una vez más la razón a mi viejo cuando decía: “¡pero a éste no le gusta trabajar!...”
Pero en realidad si. Sólo basta mirar un poco atrás, en éstos treinta años, para darse una idea de que, si, puede que no me guste, pero que nunca dejé de laburar. Sobre todo, porque trabajar en lo mío, no es un trabajo para mí. Puedo pasarme doce horas seguidas escribiendo, o grabando, o produciendo un concierto. Cuando acabo, terminas desmayado, claro está. Pero antes no.
Y, en el fondo, vamos llegando al quid de la cuestión.
Varias veces a lo largo de éstos años, me han agradecido, directa o indirectamente, mi supuesta “generosidad”… ¿Respecto a qué?, he preguntado. Y me han dicho: “porque sí, porque no te guardas data, porque la compartís, porque nunca tienes problema en pasar el teléfono de un contacto, de un bar, de un lugar donde tocar, lo que sea. Es más, muchas veces hablás directamente vos, y nos conseguiste cosas…” Ah, era eso. Bueno, respondo: “Mirá, loco, es cuestión de sentido común –que todo el mundo sabe que es el menos común de lo sentidos-. En primer lugar, sino te pasa la data yo, antes o después te la pasará otro, y no quiero quedar como un reverendo egoísta al pedo. Eso, para empezar. En segundo término, yo no puedo tocar en el mismo bar más de 3 o 4 veces al año, porque la gente –y el dueño- se aburrirían de mí, asi que, ¿Qué tiene de malo para mí pasar esa data?...” Y finalmente, desde la escuela primaria, la escuelita 26, allá en Resistencia, Chaco, mis maestras me enseñaron - lo mismo que mis padres y mis abuelos en mi casa-, que palabras como responsabilidad, compromiso, lealtad, fidelidad, etc., no eran palabras vacuas. Yo crecí y soy así, lo siento mucho. No puedo ser de otra manera. Es muy fácil ser generoso con lo que te sobra. Pero eso, en realidad, no es generosidad. Lo jodido es tener sólo un tomate en tu heladera, un huevo, y media taza de arroz blanco hervido, y que venga algún amigo a comer, y vos lo invites, y compartas eso que, en realidad, debía alcanzarte para vivir dos días. Eso ser generoso: compartir lo poco que tengas. No regalar lo que te sobra, con aire de suficiencia. Eso no es generosidad. Eso es una puta mierda.
Hablar de lealtad, de fidelidad a una idea, de ser consecuente, es fácil pero vacío si no lo aplicas luego. Si hablas de “vamos a tirar de éste carro juntos”, y los bolos que consigo yo, los compartimos. Pero los conciertos que vos conseguís, los hacés solamente vos, ahí no estás tirando del carro conmigo. Estás siendo egoísta.
Prometer llegar a horario, por ejemplo, y después no venir, o llegar tarde, eso no es responsabilidad. O prometer cualquier otra cosa, y llegado el momento decir, “ah, lo siento, no puedo hacerlo”, eso no es ser responsable.Tomar el compromiso de ensayar, por ejemplo, y después inventarte excusas, y no venir, eso no es tomar partido o compromiso con algo. Mantenerte trabajando siempre con la misma gente, en vez de abrir tu cabeza para trabajar con otros, que incluso podrían hacerte el trabajo mejor o más barato, eso no es lealtad. Eso es boludez, directamente. Y las culpas siempre las terminan pagando otros. Porque uno debe serle leal a la gente que está con uno, en la trinchera, no con soldados del otro bando. Ni siquiera aunque sean soldados de tu bando, pero de otra trinchera. No. Uno debe serle leal y cuidarle el culo al tipo que está al lado tuyo, en la misma trinchera, porque ése es quien puede salvarte el tuyo llegado el momento. O dejarte tirado en el medio del campo de batalla, porque no le fuiste leal. Es así de sencillo.
Así no todo es cuestión de generosidad, compromiso o lo que sea. Es cuestión de actitud, como siempre digo. Ya, que no todo el mundo tiene actitud. Pero es la base de todo. De nda isrve que seas el guitarrista más rapido de la historia, si te paras mal en un escenario, o sólo tocas para lucirte, en vez de en pos de la canción. Tocar cualquier insturmento debería ser como dialogar: hay pausas, y espacios, y silencios, para meditar lo dicho, para que el otro medite sobre lo que has dicho, para que quien esté dialogando –o tocando- con vos, pueda meter un bocadillo. O algún fraseo de saxo o de piano, por ejemplo. Si solamente hablas vos, macho, va a llegar un momento en que nadie va a querer dialgoar con eso. Sobre todo, sino quieres escuchar. O haces como que escuchas y prestas atención, pero luego vas a tu puta bola. Y encima lo haes mal, precisamente por no haber escuchado.
Porque llegará el momento en que “la fábula acabe”, como digo en una canción, y te va a encontrar más solo que la una, y sin tiempo ni lugar para arrepentimientos. Porque, además, y como en aquella fábula del pastorcito mentiroso, cuando digas “¡ahora es verdad, vengan a ayudarme!”, nadie te va a dar bola ya.
Y eso puede pasarte en unos años, en unos días, o mañana mismo, quien sabe.
Hasta otra vez.
© Mario Ojeda, Granada, 5/02/2011

miércoles, 2 de febrero de 2011

Algunas consideraciones elementales


Tener la posibilidad cierta de dedicarse exclusivamente a lo que a uno le apetece, puede deberse básicamente a tres condiciones esenciales: o ganas la loteria, o tienes mucho talento y sobre todo mucha suerte, o heredas una empresa familiar, en donde entres por la ventana al mercado laboral, y eso te deje dinero para vivir cómodamente, y dedicarte a lo que te gusta en tus ratos libres – sea eso lo que sea: la música, la pintura, la astronomía, la escultura o jugar a los autitos electricos-
En muchos casos, ocurre que lo que a uno le gusta da inmediatos réditos comerciales. Por ejemplo, si te gusta el comercio, los negocios, seguramente a los 17 o 18 años, ya vas a estar trabajando y negociando. Así, quizás a los 25 años tengas una buena posición económica, y puedas ganar aún más dinero haciendo lo que te gusta: comerciar.  Y ya se sabe: el dinero llama al dinero, asi que, con un mínimo de creatividad, y algo de suerte, si juntaste algún dinero para esa edad, vas a seguir ganando dinero, tan sencillo como eso.
Pero si no tienes esa vocación, es decir, si el dinero en sí mismo nunca ha sido –ni es-, algo que te quite el sueño, indefectiblemente vas a tener que trabajar para juntarlo, para poder tener las pequeñas cosas necesarias para vivir, ya sabes, pagar el alquiler (o mejor aún: la hipoteca de tu propia casa), tener un auto, poder tomarte vacaciones un par de veces al año, poner comida en la heladera, vestirte alimentar y pagar la educación de tus hijos, etc.
Alguien me dijo cierta vez que el dinero se junta igual que la basura: si vos haces un bollito con un billete todos los días, y los vas arrojando a algún rincón, cuando quieras acordarte, vas a tener disponible un montón de dinero ahorrado –o un montón de basura acumulada, que para el caso, como ejemplo, es lo mismo-
En el resto de los casos, tu vida va a ser un constante zigzagueo entre el hambre, y las ganas de comer, como siempre digo. Es ciertamente improbable por otra parte que, viviendo así, puedas ahorrar dinero para gastar en otros proyectos, cualquiera sean estos (un viaje, un coche nuevo, una guitarra, ni siquiera una mísera bicicleta)
Y contra esto, no hay nada que hacerle. O sí: tener claro, desde un principio, a que te vas a dedicar. Si a vivir o a hacer dinero, así de sencillo. En países con una cierta economía estable, es muy común que, por ejemplo, puedas encontrar una oportunidad laboral que te permita hacer ambas cosas, es decir, vivir y hacer lo que te gusta en los ratos libres. En esos mismos países, por seguir con el ejemplo, siempre hay un inversor, con dinero, dispuesto a financiar tus proyectos.
Por ejemplo, te inventas un telefono portátil, y registras la patente (y estoy hablando básicamente de USA o el Reino Unido), si buscas un inversor, lo vas a encontrar. Y quizás en algunos años seas millonario. Cosa que no es tan fácil tampoco: le pasa a algunos, pero al resto no. Es como los futbolistas: hay muchos buenos jugadores dando vueltas por ahí. Pero si quieres ser futbolista profesional, tienes que estar dispuesto a entrenar, revalorizar tu capacidad futbolística, digamos, con otros 200 pibes más. Presentarte a una prueba en un club de fútbol profesional, tener la suerte –para empezar-, de ser fichado. Luego, seguir un derrotero natural por las divisiones inferiores (teniendo la suerte, otra vez, de no sufrir ninguna lesión de importancia que te deje en el camino), y debutar en primera haciendo un par de goles al menos. Así, puedes asegurarte un contrato económico mas interesante que el resto –teniendo, una vez mas, la suerte para ello), y luego tratar de mantenerte jugando en primera –y destacándote-, para tener la posibilidad – si el azar lo permite una vez más- , de que te compre algún club de fútbol importante, y sobre todo, con mucho poder económico-, para poder ir a jugar allí, siempre y cuando debutes haciendo un par de goles, cosa de asegurarte –una vez más-, un buen contrato.
Demasiadas coincidencias o casualidades azarozas, como se puede apreciar. ¿Qué ocurren? ¡Claro que ocurren! Zidane, Pele, Maradona, etc., son todos ejemplos de futbolistas que no tenían otra posibilidad para destacarse en la vida que jugar al fútbol, y la pelota los sacó de la miseria, y los hizo millonarios. Pero son las excepciones que confirman la regla, no la realidad habitual.
Y el mundo sigue girando, lo digo siempre. Pero hay que tener en claro todas estas cosas, para no sufrir en demasía. Saber de antemano que el camino es “largo y sinuoso”, como cantaban Los Beatles. “Que el éxito no te imuniza contra los golpes de la vida”, como decía el mismo Mc Cartney hablando del cáncer que le costo la vida  a su mujer Linda, y que tambien “el mundo está lleno de hijos de puta”, como cantaba Fito Páez, que van a meterse siempre en tu camino para joderte la vida. Sean personas de a pie, gente como uno, digamos, o políticos o gobernantes que van a cambiarte las reglas de juego de un día para otro, y sin avisar, con lo cual puedes pasar perfectamente –y sobran ejemplos -, de tener mucho a no tener nada. O de despertar una mañana – o muchas -, absolutamente estresado o directamente deseperado por no saber adónde fue a parar tu dinero, porque se lo quedó el banco. O que pasó con el, porque te lo licuó alguna hiper inflación.
La vida, en suma. Pero hay que tenerlo claro para no sufrir demasiado.
Y ya para irnos, les dejo algunos pensamientos de Jose Saramago, recientemente fallecido, como para no perder vista ciertos conceptos:
“El autor de “Ensayo sobre la ceguera”, reconoció que no tiene ninguna ilusión respecto a la
condición humana, y censuró los intentos de controlar la llegada de emigrantes a Europa. “La
necesidad de vivir no puede ser controlada, afirmó, ni con murallas, ni con metralletas…”
El escritor se quejó de la nula atención que reciben los derechos básicos del hombre una vez
superados los homenajes del cincuentenario de su declaración universal: “Esperaremos pacientemente a que pasen 48 años más..”, ironizó.
“El integrismo religioso, el egoísmo, la confianza desmedida en conceptos como pueblo, patria y democracia, la globalización o el abocamiento hacia la era de la burocratización total…”, sustentan buena parte del escepticismo del escritor portugués.
Saramago lamentó “la intolerancia de las religiones, que es la más absurda de todas las
Intolerancias…”, y mantuvo que “matar en nombre de Dios es hacer de Dios un asesino”. Los
nacionalismos también tuvieron su reprobación en la intervención del Nobel: “La patria es
mucho más el tiempo en que vivimos, que el lugar donde hemos nacido”, aseveró, para luego
apostillar que la idea de ser ciudadano del mundo es una tontería, porque “nadie puede ser
llamado ciudadano de Ruanda, Etiopía o Sierra Leona”.
Para concluir: “Entre las idealizaciones más nocivas está la idealización del
Pueblo”, explicando luego que “todo el mundo es responsable de lo que ocurre a su alrededor,
aunque muchas veces se haga lo posible para no pensar en ello…”
Y sentenció: “Nuestro poder, que es el voto, no llega a cambiar nada en el poder real, que es el poder económico y financiero…”
Ahí queda dicho.
Hasta otra vez.

© Mario Ojeda, Granada, 19/6/2010

Algunas consideraciones elementales


Tener la posibilidad cierta de dedicarse exclusivamente a lo que a uno le apetece, puede deberse básicamente a tres condiciones esenciales: o ganas la loteria, o tienes mucho talento y sobre todo mucha suerte, o heredas una empresa familiar, en donde entres por la ventana al mercado laboral, y eso te deje dinero para vivir cómodamente, y dedicarte a lo que te gusta en tus ratos libres – sea eso lo que sea: la música, la pintura, la astronomía, la escultura o jugar a los autitos electricos-
En muchos casos, ocurre que lo que a uno le gusta da inmediatos réditos comerciales. Por ejemplo, si te gusta el comercio, los negocios, seguramente a los 17 o 18 años, ya vas a estar trabajando y negociando. Así, quizás a los 25 años tengas una buena posición económica, y puedas ganar aún más dinero haciendo lo que te gusta: comerciar.  Y ya se sabe: el dinero llama al dinero, asi que, con un mínimo de creatividad, y algo de suerte, si juntaste algún dinero para esa edad, vas a seguir ganando dinero, tan sencillo como eso.
Pero si no tienes esa vocación, es decir, si el dinero en sí mismo nunca ha sido –ni es-, algo que te quite el sueño, indefectiblemente vas a tener que trabajar para juntarlo, para poder tener las pequeñas cosas necesarias para vivir, ya sabes, pagar el alquiler (o mejor aún: la hipoteca de tu propia casa), tener un auto, poder tomarte vacaciones un par de veces al año, poner comida en la heladera, vestirte alimentar y pagar la educación de tus hijos, etc.
Alguien me dijo cierta vez que el dinero se junta igual que la basura: si vos haces un bollito con un billete todos los días, y los vas arrojando a algún rincón, cuando quieras acordarte, vas a tener disponible un montón de dinero ahorrado –o un montón de basura acumulada, que para el caso, como ejemplo, es lo mismo-
En el resto de los casos, tu vida va a ser un constante zigzagueo entre el hambre, y las ganas de comer, como siempre digo. Es ciertamente improbable por otra parte que, viviendo así, puedas ahorrar dinero para gastar en otros proyectos, cualquiera sean estos (un viaje, un coche nuevo, una guitarra, ni siquiera una mísera bicicleta)
Y contra esto, no hay nada que hacerle. O sí: tener claro, desde un principio, a que te vas a dedicar. Si a vivir o a hacer dinero, así de sencillo. En países con una cierta economía estable, es muy común que, por ejemplo, puedas encontrar una oportunidad laboral que te permita hacer ambas cosas, es decir, vivir y hacer lo que te gusta en los ratos libres. En esos mismos países, por seguir con el ejemplo, siempre hay un inversor, con dinero, dispuesto a financiar tus proyectos.
Por ejemplo, te inventas un telefono portátil, y registras la patente (y estoy hablando básicamente de USA o el Reino Unido), si buscas un inversor, lo vas a encontrar. Y quizás en algunos años seas millonario. Cosa que no es tan fácil tampoco: le pasa a algunos, pero al resto no. Es como los futbolistas: hay muchos buenos jugadores dando vueltas por ahí. Pero si quieres ser futbolista profesional, tienes que estar dispuesto a entrenar, revalorizar tu capacidad futbolística, digamos, con otros 200 pibes más. Presentarte a una prueba en un club de fútbol profesional, tener la suerte –para empezar-, de ser fichado. Luego, seguir un derrotero natural por las divisiones inferiores (teniendo la suerte, otra vez, de no sufrir ninguna lesión de importancia que te deje en el camino), y debutar en primera haciendo un par de goles al menos. Así, puedes asegurarte un contrato económico mas interesante que el resto –teniendo, una vez mas, la suerte para ello), y luego tratar de mantenerte jugando en primera –y destacándote-, para tener la posibilidad – si el azar lo permite una vez más- , de que te compre algún club de fútbol importante, y sobre todo, con mucho poder económico-, para poder ir a jugar allí, siempre y cuando debutes haciendo un par de goles, cosa de asegurarte –una vez más-, un buen contrato.
Demasiadas coincidencias o casualidades azarozas, como se puede apreciar. ¿Qué ocurren? ¡Claro que ocurren! Zidane, Pele, Maradona, etc., son todos ejemplos de futbolistas que no tenían otra posibilidad para destacarse en la vida que jugar al fútbol, y la pelota los sacó de la miseria, y los hizo millonarios. Pero son las excepciones que confirman la regla, no la realidad habitual.
Y el mundo sigue girando, lo digo siempre. Pero hay que tener en claro todas estas cosas, para no sufrir en demasía. Saber de antemano que el camino es “largo y sinuoso”, como cantaban Los Beatles. “Que el éxito no te imuniza contra los golpes de la vida”, como decía el mismo Mc Cartney hablando del cáncer que le costo la vida  a su mujer Linda, y que tambien “el mundo está lleno de hijos de puta”, como cantaba Fito Páez, que van a meterse siempre en tu camino para joderte la vida. Sean personas de a pie, gente como uno, digamos, o políticos o gobernantes que van a cambiarte las reglas de juego de un día para otro, y sin avisar, con lo cual puedes pasar perfectamente –y sobran ejemplos -, de tener mucho a no tener nada. O de despertar una mañana – o muchas -, absolutamente estresado o directamente deseperado por no saber adónde fue a parar tu dinero, porque se lo quedó el banco. O que pasó con el, porque te lo licuó alguna hiper inflación.
La vida, en suma. Pero hay que tenerlo claro para no sufrir demasiado.
Y ya para irnos, les dejo algunos pensamientos de Jose Saramago, recientemente fallecido, como para no perder vista ciertos conceptos:
“El autor de “Ensayo sobre la ceguera”, reconoció que no tiene ninguna ilusión respecto a la
condición humana, y censuró los intentos de controlar la llegada de emigrantes a Europa. “La
necesidad de vivir no puede ser controlada, afirmó, ni con murallas, ni con metralletas…”
El escritor se quejó de la nula atención que reciben los derechos básicos del hombre una vez
superados los homenajes del cincuentenario de su declaración universal: “Esperaremos pacientemente a que pasen 48 años más..”, ironizó.
“El integrismo religioso, el egoísmo, la confianza desmedida en conceptos como pueblo, patria y democracia, la globalización o el abocamiento hacia la era de la burocratización total…”, sustentan buena parte del escepticismo del escritor portugués.
Saramago lamentó “la intolerancia de las religiones, que es la más absurda de todas las
Intolerancias…”, y mantuvo que “matar en nombre de Dios es hacer de Dios un asesino”. Los
nacionalismos también tuvieron su reprobación en la intervención del Nobel: “La patria es
mucho más el tiempo en que vivimos, que el lugar donde hemos nacido”, aseveró, para luego
apostillar que la idea de ser ciudadano del mundo es una tontería, porque “nadie puede ser
llamado ciudadano de Ruanda, Etiopía o Sierra Leona”.
Para concluir: “Entre las idealizaciones más nocivas está la idealización del
Pueblo”, explicando luego que “todo el mundo es responsable de lo que ocurre a su alrededor,
aunque muchas veces se haga lo posible para no pensar en ello…”
Y sentenció: “Nuestro poder, que es el voto, no llega a cambiar nada en el poder real, que es el poder económico y financiero…”
Ahí queda dicho.
Hasta otra vez.

© Mario Ojeda, Granada, 19/6/2010

De torceduras y caídas

Debe haber mil formas de caerse, ¿no? Quiero decir, los que tenemos una cierta edad, ya sabemos perfectamente a ésta altura lo que es caerse y darse un buen revolcón. En realidad, nos levantamos y seguimos porque no queda otra, no porque siempre tengamos ganas de seguir.
Viene esto a cuenta de ésta historia del arte, de la música, la creatividad y las bolas de cambicha. Da lo mismo. A nadie le importa. Los que escriben, se piensan que todos son escritores, y que todos sienten –sentimos-, el mismo placer al abrir un libro nuevo por la primera hoja, y poder oler claramente la tinta impresa, por ejemplo. Pero… no. A los demás no les ocurre.
Los poetas, en cambio, piensan, sienten y creen que todo bicho viviente siente el mismo regusto, mezcla de pavor y placer, al mirar el folio en blanco, y pretende escribir, sea una novela, un poema, lo que fuera. Y… no, va a ser que no, como dicen por acá.
¿Los músicos? Más de lo mismo. ¿A quién le importa si has tenido que vender tu coche para comprarte un saxo, por ejemplo? ¿O un buen  kit de guitarra, pedalera y amplificador? ¿Un buen teclado, acaso? Lamento desilucionarlos… pero no. Insisto y quiero dejarlo claro: a nadie le importa.
En realidad, debería ser necesario con que le alcanzase a uno mismo, pero claro… se supone que el arte es comunicaicón, que uno ahce cosas para la gente. Sino, es casi, casi como masturbarse. Como esos grupos que se arman, se pasan dos o tres años ensayando, y nunca salen a tocar… ¿para que tanto ensayo entonces? ¿Qué están buscando en realidad? ¿La perfección? ¿El nirvana? Tanto ensayar, y después nunca tocan, porque, se sabe, casi no hay lugares donde tocar. Y cuando los encuentras, es para tocar… ¡gratis! Porque resulta que los dueños de los bares no pagan.  Bueno, ya no pagan. Antes si. En España y en Argentina. Pero ya no.
En USA si, por ejemplo. El sindicato de músicos es una cosa tan seria, tan fuerte que, en primer lugar, no puedes siquiera plantearte salir a tocar, si no estás afiliado. Punto uno. Pero, despues, están los beneficios. Por ejemplo, un bar no puede abrir sino tiene alguien tocando en directo tantos días a la semana. Es más, según los metros cuadrados, debe ser un dúo, un trío, un cuarteto, lo que corresponda. Sino tiene música en directo, sencillamente, no le dan la habilitación para abrir el bar. Y una vez concedida, el bar en cuestión, es periódicamente visitado por inspectores del sindicato, para ver que se cumplan la cantidad de actuaciones semanales pautadas, que los camerinos estén limpios –si, también debe haber camerinos-, que los músicos estén asegurados y dados de alta en la seguridad social, ¡que el pago sea puntual después de cada actuación!, y cosas como esas. Ciencia ficción, para la realidad española o argentina.
Acá, mientras tanto –y ahora hablo exclusivamente de España, porque llevo viviendo ocho años en Granada, y saliendo a tocar por todos lados-, ni siquiera puedes exigir a los ayuntamientos que te paguen inmediatamente después –antes sería lo lógico- de tocar. Sencillamente pasan de eso, aún con un contrato firmado de por medio. ¿Camerinos? ¿Cátering? Esas son cuestiones sin importancia… ¡si a veces ni siquiera te ponen agua en el escenario!, y son los propios músicos –uno mismo, bah-, quien debe salir a comprar botellines. Y así con todo. Los bares –algunos- pagan después del show. Pero son los menos. La mayoría, sencillamente te dice: “Vos ocupate de poner a algún maigo tuyo en la entrada, para cobrarle a la gente que venga una consumición mínima, y esa es vuestra paga. Lo de barra es para mí…” Con lo cual, sino viene nadie a tu concierto –normalmente, porque el dueño del bar no ahce absolutamente nada por difundir el concierto-, no ves un duro. Lo digo en argentino: no ves un mango. Cargaste los equipos hasta allí, media hora dando vueltas para aparcar, o estacionando en doble fila, balizas puestas, arriesgándote a una multa de tráfico, para poder descargar los equipos, etc. ¡Y despues no cobras! Maravilloso.
Como siempre digo: esta es la historia real, la verdadera. No la que te cuentan por las revistas o internet. ¿De qué diablos te sirve salir en revistas de música independiente, por ejemplo, y ser anunciado como “grupo revelación”, si cuando llega el día del concierto van sólo 30 o 40 personas a verte? Y eso incluyendo a los amigos, el sonidista, el dueño del bar o de la sala, la novia del dueño, los camareros y demás… O sea, “solamente los que triunfan son creíbles”, como digo siempre. La historia la escriben ellos… pero nadie cuenta la historia de los demás. Los grupos anónimos que pasan ocho, diez años tocando por las rutas y pueblos españoles, pagando alquiler de salas para tocar, alquilando salas de ensayo, comprando instrumentos, equipos de sonido, alquilando camionetas para trasladarse de un lugar a otro, autofinanciándose sus ediciones discográficas, que después terminan vendiendo a sus amigos, etc. Y luego, llega el “concierto despedida”, lógicamente. Diez años de insistir, de empujar, de bregar por hacer un trabajo digno y aspirando a vivir de ello, para luego… alpiste, corazón. Si no has triunfado, olvídalo. Con el agravante que, antes, al menos, tenías la mínima posiblidad de ser descubierto por algún productor discográfico, que te conseguía un contrato de grabación y edición, y tenías un disco en la calle. Pero un disco en la calle en serio, con pautado radial, carteles, promoción en revistas, entrevistas radiales, televisivas, etc. Un trabajo promocional profesional, a mediano o largo plazo. Ahora ya no. Eso no ocurre más. Quien piense lo contrario, perdió de vista el paso del tren.
Nadie invierte nada en nadie. Ni siquiera tiempo. Peor aún, si por esas casualidades (o “causalidades”, si rascamos un poco las capas de la cebolla), tienes la suerte de ser editado por alguna discográfica –apúrate, porque en diez años, si esto sigue así, no va a quedar ninguna o casi ninguna- , resulta que te dan seis meses de cancha nominal. Es decir: tienes seis meses, quizás menos, para que la gente te conozca, se enamore de tu vozy tus canciones, te hagan notas en la tele o en la radio, aparezcas en programas del corazón, puedas inventarte tres o cuatro romances con las estrellas televisivas de turno… y ya está. Si haciendo todo eso y así y todo, en seis meses a lo sumo, no alcanzas un reconocimiento popular masivo… mejor dedicate a otra cosa, amigo, ya pasó tu tren y no lo pillaste. Es así de duro. Es así de sencillo.
Por cada Jorge Drexler, por dar un ejemplo, que logra cierto reconocimiento popular –y aún contando con la adoración de la prensa, y no olvidemos que un tal Joaquín Sabina lo apadrinó sus primeros años en España-, la verdad es que, insisto, por cada Drexler conocido, hay cientos de Drexler anónimos que no conoce nadie. O si, pero en pequeñas dimensiones. Los que están en el ajo, digamos. Los frekies de la música indie, de la canción de autor, o lo que fuera. Más allá de eso, no hay nada.
Y vuelvo a insistir con esto: no es que no haya nada. Hay, claro que hay, y hay muchos. Pero no son profesionales de la música. Y no porque no quieran, sino porque no pueden. Porque no les alcanza. Porque no pueden vivir del oficio dando un concierto por mes, dos a lo sumo. Porque no puedes profesionalizarte, si haces una gira de diez conciertos, por otras tantas ciudades españolas, y resulta que, al terminar, cuando cuentas el dinero, aún tienes que poner algo para pagar los costos de la gira. O salís hecho, ni ganas ni pierdes. ¿Cómo puedes aspirar a vivir del arte así?
Y otro si digo: quiénes dicen “vivir” de la música –en realidad, deberían decir “sobrevivivir”-, lo que realmente haces es vivir de la docencia, que no es lo mismo. Porque presentarte a oposiciones para ser profesor de música en un conservatorio o en un colegio, seguramente puede darte seguridad económica. Y está bien que así sea, no estoy criticando eso. ¡Pero no están viviendo de la música! Viven de la docencia, que es lo mismo que decir, “viven de otra cosa”.
Y es así nomás. No es que se mala la verdad, lo que no tiene es remedio, como cantaba Serrat.
Hasta otra.
© Mario Ojeda, Granada, 3/2/2011

De torceduras y caídas

Debe haber mil formas de caerse, ¿no? Quiero decir, los que tenemos una cierta edad, ya sabemos perfectamente a ésta altura lo que es caerse y darse un buen revolcón. En realidad, nos levantamos y seguimos porque no queda otra, no porque siempre tengamos ganas de seguir.
Viene esto a cuenta de ésta historia del arte, de la música, la creatividad y las bolas de cambicha. Da lo mismo. A nadie le importa. Los que escriben, se piensan que todos son escritores, y que todos sienten –sentimos-, el mismo placer al abrir un libro nuevo por la primera hoja, y poder oler claramente la tinta impresa, por ejemplo. Pero… no. A los demás no les ocurre.
Los poetas, en cambio, piensan, sienten y creen que todo bicho viviente siente el mismo regusto, mezcla de pavor y placer, al mirar el folio en blanco, y pretende escribir, sea una novela, un poema, lo que fuera. Y… no, va a ser que no, como dicen por acá.
¿Los músicos? Más de lo mismo. ¿A quién le importa si has tenido que vender tu coche para comprarte un saxo, por ejemplo? ¿O un buen  kit de guitarra, pedalera y amplificador? ¿Un buen teclado, acaso? Lamento desilucionarlos… pero no. Insisto y quiero dejarlo claro: a nadie le importa.
En realidad, debería ser necesario con que le alcanzase a uno mismo, pero claro… se supone que el arte es comunicaicón, que uno ahce cosas para la gente. Sino, es casi, casi como masturbarse. Como esos grupos que se arman, se pasan dos o tres años ensayando, y nunca salen a tocar… ¿para que tanto ensayo entonces? ¿Qué están buscando en realidad? ¿La perfección? ¿El nirvana? Tanto ensayar, y después nunca tocan, porque, se sabe, casi no hay lugares donde tocar. Y cuando los encuentras, es para tocar… ¡gratis! Porque resulta que los dueños de los bares no pagan.  Bueno, ya no pagan. Antes si. En España y en Argentina. Pero ya no.
En USA si, por ejemplo. El sindicato de músicos es una cosa tan seria, tan fuerte que, en primer lugar, no puedes siquiera plantearte salir a tocar, si no estás afiliado. Punto uno. Pero, despues, están los beneficios. Por ejemplo, un bar no puede abrir sino tiene alguien tocando en directo tantos días a la semana. Es más, según los metros cuadrados, debe ser un dúo, un trío, un cuarteto, lo que corresponda. Sino tiene música en directo, sencillamente, no le dan la habilitación para abrir el bar. Y una vez concedida, el bar en cuestión, es periódicamente visitado por inspectores del sindicato, para ver que se cumplan la cantidad de actuaciones semanales pautadas, que los camerinos estén limpios –si, también debe haber camerinos-, que los músicos estén asegurados y dados de alta en la seguridad social, ¡que el pago sea puntual después de cada actuación!, y cosas como esas. Ciencia ficción, para la realidad española o argentina.
Acá, mientras tanto –y ahora hablo exclusivamente de España, porque llevo viviendo ocho años en Granada, y saliendo a tocar por todos lados-, ni siquiera puedes exigir a los ayuntamientos que te paguen inmediatamente después –antes sería lo lógico- de tocar. Sencillamente pasan de eso, aún con un contrato firmado de por medio. ¿Camerinos? ¿Cátering? Esas son cuestiones sin importancia… ¡si a veces ni siquiera te ponen agua en el escenario!, y son los propios músicos –uno mismo, bah-, quien debe salir a comprar botellines. Y así con todo. Los bares –algunos- pagan después del show. Pero son los menos. La mayoría, sencillamente te dice: “Vos ocupate de poner a algún maigo tuyo en la entrada, para cobrarle a la gente que venga una consumición mínima, y esa es vuestra paga. Lo de barra es para mí…” Con lo cual, sino viene nadie a tu concierto –normalmente, porque el dueño del bar no ahce absolutamente nada por difundir el concierto-, no ves un duro. Lo digo en argentino: no ves un mango. Cargaste los equipos hasta allí, media hora dando vueltas para aparcar, o estacionando en doble fila, balizas puestas, arriesgándote a una multa de tráfico, para poder descargar los equipos, etc. ¡Y despues no cobras! Maravilloso.
Como siempre digo: esta es la historia real, la verdadera. No la que te cuentan por las revistas o internet. ¿De qué diablos te sirve salir en revistas de música independiente, por ejemplo, y ser anunciado como “grupo revelación”, si cuando llega el día del concierto van sólo 30 o 40 personas a verte? Y eso incluyendo a los amigos, el sonidista, el dueño del bar o de la sala, la novia del dueño, los camareros y demás… O sea, “solamente los que triunfan son creíbles”, como digo siempre. La historia la escriben ellos… pero nadie cuenta la historia de los demás. Los grupos anónimos que pasan ocho, diez años tocando por las rutas y pueblos españoles, pagando alquiler de salas para tocar, alquilando salas de ensayo, comprando instrumentos, equipos de sonido, alquilando camionetas para trasladarse de un lugar a otro, autofinanciándose sus ediciones discográficas, que después terminan vendiendo a sus amigos, etc. Y luego, llega el “concierto despedida”, lógicamente. Diez años de insistir, de empujar, de bregar por hacer un trabajo digno y aspirando a vivir de ello, para luego… alpiste, corazón. Si no has triunfado, olvídalo. Con el agravante que, antes, al menos, tenías la mínima posiblidad de ser descubierto por algún productor discográfico, que te conseguía un contrato de grabación y edición, y tenías un disco en la calle. Pero un disco en la calle en serio, con pautado radial, carteles, promoción en revistas, entrevistas radiales, televisivas, etc. Un trabajo promocional profesional, a mediano o largo plazo. Ahora ya no. Eso no ocurre más. Quien piense lo contrario, perdió de vista el paso del tren.
Nadie invierte nada en nadie. Ni siquiera tiempo. Peor aún, si por esas casualidades (o “causalidades”, si rascamos un poco las capas de la cebolla), tienes la suerte de ser editado por alguna discográfica –apúrate, porque en diez años, si esto sigue así, no va a quedar ninguna o casi ninguna- , resulta que te dan seis meses de cancha nominal. Es decir: tienes seis meses, quizás menos, para que la gente te conozca, se enamore de tu vozy tus canciones, te hagan notas en la tele o en la radio, aparezcas en programas del corazón, puedas inventarte tres o cuatro romances con las estrellas televisivas de turno… y ya está. Si haciendo todo eso y así y todo, en seis meses a lo sumo, no alcanzas un reconocimiento popular masivo… mejor dedicate a otra cosa, amigo, ya pasó tu tren y no lo pillaste. Es así de duro. Es así de sencillo.
Por cada Jorge Drexler, por dar un ejemplo, que logra cierto reconocimiento popular –y aún contando con la adoración de la prensa, y no olvidemos que un tal Joaquín Sabina lo apadrinó sus primeros años en España-, la verdad es que, insisto, por cada Drexler conocido, hay cientos de Drexler anónimos que no conoce nadie. O si, pero en pequeñas dimensiones. Los que están en el ajo, digamos. Los frekies de la música indie, de la canción de autor, o lo que fuera. Más allá de eso, no hay nada.
Y vuelvo a insistir con esto: no es que no haya nada. Hay, claro que hay, y hay muchos. Pero no son profesionales de la música. Y no porque no quieran, sino porque no pueden. Porque no les alcanza. Porque no pueden vivir del oficio dando un concierto por mes, dos a lo sumo. Porque no puedes profesionalizarte, si haces una gira de diez conciertos, por otras tantas ciudades españolas, y resulta que, al terminar, cuando cuentas el dinero, aún tienes que poner algo para pagar los costos de la gira. O salís hecho, ni ganas ni pierdes. ¿Cómo puedes aspirar a vivir del arte así?
Y otro si digo: quiénes dicen “vivir” de la música –en realidad, deberían decir “sobrevivivir”-, lo que realmente haces es vivir de la docencia, que no es lo mismo. Porque presentarte a oposiciones para ser profesor de música en un conservatorio o en un colegio, seguramente puede darte seguridad económica. Y está bien que así sea, no estoy criticando eso. ¡Pero no están viviendo de la música! Viven de la docencia, que es lo mismo que decir, “viven de otra cosa”.
Y es así nomás. No es que se mala la verdad, lo que no tiene es remedio, como cantaba Serrat.
Hasta otra.
© Mario Ojeda, Granada, 3/2/2011

De torceduras y caídas

Debe haber mil formas de caerse, ¿no? Quiero decir, los que tenemos una cierta edad, ya sabemos perfectamente a ésta altura lo que es caerse y darse un buen revolcón. En realidad, nos levantamos y seguimos porque no queda otra, no porque siempre tengamos ganas de seguir.
Viene esto a cuenta de ésta historia del arte, de la música, la creatividad y las bolas de cambicha. Da lo mismo. A nadie le importa. Los que escriben, se piensan que todos son escritores, y que todos sienten –sentimos-, el mismo placer al abrir un libro nuevo por la primera hoja, y poder oler claramente la tinta impresa, por ejemplo. Pero… no. A los demás no les ocurre.
Los poetas, en cambio, piensan, sienten y creen que todo bicho viviente siente el mismo regusto, mezcla de pavor y placer, al mirar el folio en blanco, y pretende escribir, sea una novela, un poema, lo que fuera. Y… no, va a ser que no, como dicen por acá.
¿Los músicos? Más de lo mismo. ¿A quién le importa si has tenido que vender tu coche para comprarte un saxo, por ejemplo? ¿O un buen  kit de guitarra, pedalera y amplificador? ¿Un buen teclado, acaso? Lamento desilucionarlos… pero no. Insisto y quiero dejarlo claro: a nadie le importa.
En realidad, debería ser necesario con que le alcanzase a uno mismo, pero claro… se supone que el arte es comunicaicón, que uno ahce cosas para la gente. Sino, es casi, casi como masturbarse. Como esos grupos que se arman, se pasan dos o tres años ensayando, y nunca salen a tocar… ¿para que tanto ensayo entonces? ¿Qué están buscando en realidad? ¿La perfección? ¿El nirvana? Tanto ensayar, y después nunca tocan, porque, se sabe, casi no hay lugares donde tocar. Y cuando los encuentras, es para tocar… ¡gratis! Porque resulta que los dueños de los bares no pagan.  Bueno, ya no pagan. Antes si. En España y en Argentina. Pero ya no.
En USA si, por ejemplo. El sindicato de músicos es una cosa tan seria, tan fuerte que, en primer lugar, no puedes siquiera plantearte salir a tocar, si no estás afiliado. Punto uno. Pero, despues, están los beneficios. Por ejemplo, un bar no puede abrir sino tiene alguien tocando en directo tantos días a la semana. Es más, según los metros cuadrados, debe ser un dúo, un trío, un cuarteto, lo que corresponda. Sino tiene música en directo, sencillamente, no le dan la habilitación para abrir el bar. Y una vez concedida, el bar en cuestión, es periódicamente visitado por inspectores del sindicato, para ver que se cumplan la cantidad de actuaciones semanales pautadas, que los camerinos estén limpios –si, también debe haber camerinos-, que los músicos estén asegurados y dados de alta en la seguridad social, ¡que el pago sea puntual después de cada actuación!, y cosas como esas. Ciencia ficción, para la realidad española o argentina.
Acá, mientras tanto –y ahora hablo exclusivamente de España, porque llevo viviendo ocho años en Granada, y saliendo a tocar por todos lados-, ni siquiera puedes exigir a los ayuntamientos que te paguen inmediatamente después –antes sería lo lógico- de tocar. Sencillamente pasan de eso, aún con un contrato firmado de por medio. ¿Camerinos? ¿Cátering? Esas son cuestiones sin importancia… ¡si a veces ni siquiera te ponen agua en el escenario!, y son los propios músicos –uno mismo, bah-, quien debe salir a comprar botellines. Y así con todo. Los bares –algunos- pagan después del show. Pero son los menos. La mayoría, sencillamente te dice: “Vos ocupate de poner a algún maigo tuyo en la entrada, para cobrarle a la gente que venga una consumición mínima, y esa es vuestra paga. Lo de barra es para mí…” Con lo cual, sino viene nadie a tu concierto –normalmente, porque el dueño del bar no ahce absolutamente nada por difundir el concierto-, no ves un duro. Lo digo en argentino: no ves un mango. Cargaste los equipos hasta allí, media hora dando vueltas para aparcar, o estacionando en doble fila, balizas puestas, arriesgándote a una multa de tráfico, para poder descargar los equipos, etc. ¡Y despues no cobras! Maravilloso.
Como siempre digo: esta es la historia real, la verdadera. No la que te cuentan por las revistas o internet. ¿De qué diablos te sirve salir en revistas de música independiente, por ejemplo, y ser anunciado como “grupo revelación”, si cuando llega el día del concierto van sólo 30 o 40 personas a verte? Y eso incluyendo a los amigos, el sonidista, el dueño del bar o de la sala, la novia del dueño, los camareros y demás… O sea, “solamente los que triunfan son creíbles”, como digo siempre. La historia la escriben ellos… pero nadie cuenta la historia de los demás. Los grupos anónimos que pasan ocho, diez años tocando por las rutas y pueblos españoles, pagando alquiler de salas para tocar, alquilando salas de ensayo, comprando instrumentos, equipos de sonido, alquilando camionetas para trasladarse de un lugar a otro, autofinanciándose sus ediciones discográficas, que después terminan vendiendo a sus amigos, etc. Y luego, llega el “concierto despedida”, lógicamente. Diez años de insistir, de empujar, de bregar por hacer un trabajo digno y aspirando a vivir de ello, para luego… alpiste, corazón. Si no has triunfado, olvídalo. Con el agravante que, antes, al menos, tenías la mínima posiblidad de ser descubierto por algún productor discográfico, que te conseguía un contrato de grabación y edición, y tenías un disco en la calle. Pero un disco en la calle en serio, con pautado radial, carteles, promoción en revistas, entrevistas radiales, televisivas, etc. Un trabajo promocional profesional, a mediano o largo plazo. Ahora ya no. Eso no ocurre más. Quien piense lo contrario, perdió de vista el paso del tren.
Nadie invierte nada en nadie. Ni siquiera tiempo. Peor aún, si por esas casualidades (o “causalidades”, si rascamos un poco las capas de la cebolla), tienes la suerte de ser editado por alguna discográfica –apúrate, porque en diez años, si esto sigue así, no va a quedar ninguna o casi ninguna- , resulta que te dan seis meses de cancha nominal. Es decir: tienes seis meses, quizás menos, para que la gente te conozca, se enamore de tu vozy tus canciones, te hagan notas en la tele o en la radio, aparezcas en programas del corazón, puedas inventarte tres o cuatro romances con las estrellas televisivas de turno… y ya está. Si haciendo todo eso y así y todo, en seis meses a lo sumo, no alcanzas un reconocimiento popular masivo… mejor dedicate a otra cosa, amigo, ya pasó tu tren y no lo pillaste. Es así de duro. Es así de sencillo.
Por cada Jorge Drexler, por dar un ejemplo, que logra cierto reconocimiento popular –y aún contando con la adoración de la prensa, y no olvidemos que un tal Joaquín Sabina lo apadrinó sus primeros años en España-, la verdad es que, insisto, por cada Drexler conocido, hay cientos de Drexler anónimos que no conoce nadie. O si, pero en pequeñas dimensiones. Los que están en el ajo, digamos. Los frekies de la música indie, de la canción de autor, o lo que fuera. Más allá de eso, no hay nada.
Y vuelvo a insistir con esto: no es que no haya nada. Hay, claro que hay, y hay muchos. Pero no son profesionales de la música. Y no porque no quieran, sino porque no pueden. Porque no les alcanza. Porque no pueden vivir del oficio dando un concierto por mes, dos a lo sumo. Porque no puedes profesionalizarte, si haces una gira de diez conciertos, por otras tantas ciudades españolas, y resulta que, al terminar, cuando cuentas el dinero, aún tienes que poner algo para pagar los costos de la gira. O salís hecho, ni ganas ni pierdes. ¿Cómo puedes aspirar a vivir del arte así?
Y otro si digo: quiénes dicen “vivir” de la música –en realidad, deberían decir “sobrevivivir”-, lo que realmente haces es vivir de la docencia, que no es lo mismo. Porque presentarte a oposiciones para ser profesor de música en un conservatorio o en un colegio, seguramente puede darte seguridad económica. Y está bien que así sea, no estoy criticando eso. ¡Pero no están viviendo de la música! Viven de la docencia, que es lo mismo que decir, “viven de otra cosa”.
Y es así nomás. No es que se mala la verdad, lo que no tiene es remedio, como cantaba Serrat.
Hasta otra.
© Mario Ojeda, Granada, 3/2/2011